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Luis
Arteaga era apenas un adolescente pleno del candor que solía caracterizar a la
gente sencilla de los pueblos de las provincias, con sus diez y siete años,
rebosaba en vitalidad y simpatía, era un joven acomedido y siempre amable con
las personas de los huertos vecinos. Su carisma era inspirador de confianza;
razón por demás para que siempre fuera bien recibido en la humilde pero
acogedora casa del anciano Don Danilo Pereira. La esposa de este, Doña
Petronila, en medio de su pobreza, siempre tenía algún postre casero o un plato
de comida para ofrecerle, y esta ocasión no fue la excepción. -Luisito ve a
lavarte las manos que he preparado arroz con frejoles y asado- Luis,
presto, se dirigió hacia el fondo de la casa donde fluía agua de un manantial,
pero al pasar frente al dormitorio, vio a Don Danilo de espaldas, arrodillado
frente a un montículo de antiguas monedas de reluciente oro, que Don Danilo iba
limpiando una a una con un paño de franela, y luego las apilaba sobre una
frazada de lana. Eran cientos, quizás unos miles de monedas.
Lo que
Luis Arteaga vio aquel día cambiaría su vida para siempre. Salido de su inicial
asombro paralizante, el joven Luis regresó con Doña Petronila, pálido, y sin
haberse lavado las manos -Luisito. Estás pálido…como si te hubieras topado
con un alma en pena-. Luis no pronunció palabra alguna, sólo se limitó a
comer del plato asignado. No pudo saborear lo que iba engullendo. La comida le
sabía a nada; únicamente deseaba terminar con ese trámite y salir de aquel
lugar; le faltaba el aire. Una vez vacío su plato, dio las gracias cuando ya
estaba de pie, y salió presuroso. Se sentía invadido por una extraña sensación
agobiante, como si de pronto se le hubiera contaminado el alma.
Al
llegar a su casa, no saludó a su madre y se fue directamente a su habitación,
le dolía la cabeza, se recostó, mas, estaba lejos de conciliar el sueño. Estuvo
varias horas lidiando con pensamientos intrusivos, hasta que finalmente cayó en
un sopor profundo plagado de pesadillas. Al despertar al día siguiente, eran
pasadas las cuatro de la tarde; su madre extrañada intentó indagar qué le
ocurría, mas, como respuesta, sólo consiguió que Luis se pusiera de pie, y se
fuera a la calle sin pronunciar palabra alguna. Luis pasó la tarde deambulando
de aquí para allá hasta muy entrada la noche. Ya era la madrugada y Luis
continuaba batallando con sus demonios internos. Entonces decidió entrar
furtivamente, como un vulgar ladrón a la casucha de Don Danilo Pereyra. Luis
conocía las ubicaciones de las habitaciones y mobiliario de memoria, así es que
empezó a buscar en cada rincón donde posiblemente Don Danilo hubiese podido
guardar sus tentadoras monedas de oro. La codicia se había apoderado de Luis, y
lo estaba conduciendo a situaciones extremas.
De
pronto apareció Don Danilo con una pequeña lampara de queroseno iluminando la
habitación, lógicamente, de inmediato lo reconoció -Luis ¿qué buscas aquí, a
estas horas? – Luis sólo atinó a intentar huir a la carrera atropellando a
su paso al anciano Danilo, este cayó de espaldas golpeándose la nuca contra el
piso. Luis sentía mucho aprecio y cariño por Don Danilo, por ello no dudó
intentar auxiliarlo, pero ya no había mucho que hacer por él…el anciano ya
estaba muerto. Dentro de Luis, los sentimientos se presentaban revueltos y
confusos; algunas lágrimas de Luis cayeron sobre el rostro del cadáver DE Don
Danilo. Entonces apareció en escena Doña Petronila, que al ver la escena empezó
a chillar. Luis se abalanzó sobre ella, forcejearon y finalmente la tiró al
piso. Montado sobre el abdomen de Doña Petronila, Luis pretendía hacer que
cesara de chillar, pero al no lograrlo, con ambas manos empezó a apretarle el
cuello, cada vez con más fuerza. Por la mente de Luis pasaban rápidamente
sensaciones, emociones, y sentimientos contradictorios. Se sentía mal por
aplicarle daño físico a Doña Petronila, pero a la vez deseaba acabar con su
vida lo más pronto posible, y así evitarse acusaciones por sus actos.
Finalmente, Doña Petronila dejó de forcejear y respirar…
Luis
sintió acrecentado su riego adrenalínico y también su codicia; y con la casa a
su entera disposición, pasó la noche buscando su anhelado tesoro entre los
viejos muebles, cajas, paredes y pisos, mas, no logró hallar ni una de aquellas
monedas de reluciente oro. Al amanecer, frustrado y abatido, procedió a
retirarse a hurtadillas. La policía, inoperante, inexperta, y sin recursos
técnicos ni tecnológicos cerró el caso como “Misterio sin resolver”.
Luis
podía vivir libre de la más mínima acusación, pero no libre de remordimientos y
su enfermiza ambición. Pesadillas delirantes invadían sus sueños, por lo que
fue a consultar al Shamán del pueblo sobre una pesadilla recurrente que no le
abandonaba. Lógicamente no le contó todo; sólo le dijo que en sueños él se veía
con las manos y brazos embarrados de excrementos. El Shamán fue categórico en
responderle -Si sueñas con caca, es porque tus manos van a tocar harto dinero.
–
Enardecido
por lo que le dijera el Shamán, Luis, siempre a escondidas, por las noches
empezó a frecuentar la pequeña parcela de quien fuera Don Danilo Pereira, y
armado con una pala se pasaba hasta la madrugada cavando aquí y allá, ávido por
hallar las codiciadas monedas, mas, noche a noche la búsqueda del tesoro se
repetía esquiva. Sólo faltaba cavar al pie del viejo roble, y aquella noche
Luis se sintió entusiasmado, pero a la vez intranquilo, como si finalmente
tuviera temor de hallar el tesoro, como un presentimiento inquietante,
perturbador, e indescifrable.
Luis trató de disiparse y empezó a cavar al
pie del roble. Había dado unas cuantas lampadas cuando se topó con una gran
caja metálica. El corazón pareció querer desbocársele. Eufórico se dio a la
tarea de continuar su excavación con las manos; la tierra estaba blanda, pero,
aun así, le resultó difícil liberar la enorme caja, por lo que procedió a forzar
la tapa a golpes de lampa; cuando logró su cometido, pudo observar que había
acertado… Allí estaban las preciadas monedas de oro ¡No lo podía creer! ¡El Shamán
había acertado en sus vaticinios! Unos instantes jugueteó y acarició las
monedas.
De
pronto una gran sombra se cernió sobre sus espaldas. Cuando Luis se dio vuelta,
Un gran toro negro de filosas astas y ojos chisporroteantes como el fuego
rascaba el piso con sus patas delanteras sacando chispas del piso. Por reflejo,
Luis quiso salir corriendo, temiendo ser embestido por el endemoniado animal,
mas, en medio del pánico, no se dio cuenta de un cepo para atrapar lobos u
osos, que estratégicamente Don Danilo Pereira debió dejar como protección
adicional, al entierro de su tesoro.
Los dientes aserrados del cepo se cerraron con tal fuerza sobre el tobillo derecho de Luis que instantáneamente rompieron piel, músculos, arterias, y cercenaron huesos y tendones. Así, con el pie desmembrado, Luis se arrastró hasta tocar nuevamente las preciadas monedas…fue lo último que hizo, había perdido mucha sangre, la vida ya se le iba…
Siento muchas vibras a Edgar Allan Poe, al gato negro, al escarabajo de oro, al demonio de la perversidad, etc.
ResponderEliminarGracias por seguir mi arte, S. Abraján. Un abrazo.
EliminarCaballero Oscuro la codicia siempre lleva a la perdición excelente relato hermano un abrazo
ResponderEliminarGracias hermano Caballero Oscurro.
EliminarY la ambición lo venció y hasta le quitó la vida.
ResponderEliminarLA AMBICIÓN DESMEDIDA SIEMPRE GENERA AFLICCIONES. BIENVENIDO HERMANO.
Eliminarmuy bien gracias
ResponderEliminarGracias a Usted.
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