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sábado, 6 de diciembre de 2025

CADENCIA DE BOLERO





Ilustración y cuento de Oswaldo Mejía.


  (Derechos de autor, protegidos)



En medio de su egolatría, él se decía ser “La Negación de los imposibles”. Entre sus extravagantes pensamientos, el más relevante y presuntuoso, era aquel que le llevaba a asegurar que su talento era capaz de inventar lo que fuere necesario para cualquier caso u ocasión, bajo la única condición de que se le concediera el plazo de tiempo necesario. Entre sus adeptos, la gran mayoría provenía de entre las familias más paupérrimas y miserables de la comarca; a ellos les suministraba jarabes para curar la tos, ungüentos para dolores múltiples; así mismo, también les diseñaba y construía diversos artificios para aliviarles el duro trabajo del campo; penosamente algunos de ellos terminaban resultando inútiles armatostes, que luego desmantelaba, y sin inmutarse, usaba las piezas para intentar construir otros que pudieran tener una resultante más satisfactoria.

En realidad, Julius, como él decía llamarse, era una extraña mezcla de habilidades innatas y conocimientos autodidactas: Arquitecto, brujo, alquimista, chamán, físico, curandero, ingeniero, curioso, visionario, mucho de artista, y sobre todo…chiflado de atar. Muchos de sus logros eran producto de pruebas y errores mientras buscaba conseguir otros objetivos.

Como aquella vez, hacía unos siglos atrás, en que empezó a mezclar sustancias buscando afanosamente una cura para los síntomas de las diarreas y vómitos ocasionados por la pandemia del cólera. Cuando, creyendo tenerlo listo, para corroborar sí realmente funcionaba su brebaje anti diarreico y anti vomitivo; al no hallar voluntarios en quienes probar su eficacia, él se suministró a sí mismo toda la dosis, mas, en aquel momento, lo único que consiguió fue más diarreas y más vómitos, por lo que, desilusionado, desechó ese proyecto. Recién, luego de casi dos décadas dedujo que los efectos de ese preparado estaban ocasionando que no envejeciera. Su supuesta formula antidiarreica y anti vomitiva, en realidad resultó ser un Elixir de la eterna juventud. Lamentablemente entre el desorden de sus experimentos, su memoria se negaba a recordar la composición de la maravillosa formula.

Embutido en su terca juventud, Julius ahora tenía todo el tiempo del mundo para idear, experimentar, y fabricar desde algunas cosas geniales hasta los disparates más alucinados que pasaban por su mente, pero los tiempos no se detienen; el mundo fue modernizándose, y en plena era industrial, los talentos de Julius, de pronto resultaban obsoletos y poco o nada útiles, razón por la que abandonó la aventura de los inventos, e incursionó en el rubro de la panadería. Para su seguridad contra posibles ladrones compro un fusil Winchester, el cual mantuvo siempre presto, tras la puerta de la habitación destinada al horneado de los panes.

Julius contaba con ciento sesenta y siete años de edad, aunque su aspecto físico se empecinaba en mostrarlo como un joven de veinte y dos años, lo que facilitó que empezara un tórrido romance con la dependienta de la panadería, una mujer de cuarenta y tres años, con enormes ojos, mirada melancólica, y físicamente, bastante atractiva para su edad, además llena de virtudes éticas y morales…su nombre, Nataly.

Todo sucedió muy rápidamente, enamoramiento sublime y reciproco, boda austera, vida en común…Por demás, Julius y Nataly eran una pareja feliz y estable.

Así pasó una década. Julius continuaba con su aspecto de joven de veinte y dos años, mientras Nataly ya empezaba a mostrar en su piel. El inexorable paso de más de cincuenta años. Cuando Julius reparó en ello, se le convirtió en una obsesiva manía, mirarla y hurgar en su rostro cada aparición de cada nueva arruga, y como iba haciéndose cada día más fláccida su musculatura -¡¡No!!- Julius no quería eso para el amor de su vida.

Entonces retomó la alquimia, abandonó la panadería, y en lo que fuera la habitación dedicada al horno, montó un precario laboratorio donde se encerraba por largas horas combinando y mezclando sustancias y menjunjes esperando coincidir con la maravillosa formula que muchos años atrás le concediera a él la eterna juventud.

Cuando consideraba haber logrado su objetivo, salía de su laboratorio presa de una ansiedad galopante, y se lo daba de beber a su amada Nataly. Los días siguientes, la observaba y escudriñaba minuciosamente, lastimosamente, pasaba el tiempo y las arrugas de Nataly continuaban creciendo y multiplicándose, además de la aparición de los achaques propios de su edad. Entonces Julius volvía a encerrarse en su laboratorio. El ciclo de expectativa se repetía, y también la desazón…

-Mi amada Nataly, no en vano me llamaban “La Negación de los imposibles”. Te prometo que conseguiré el elixir de la eterna juventud para ti. –

Las arrugas continuaron apoderándose de la piel de Nataly, su columna fue encorvándose cada vez más. El Alzheimer y la demencia senil fueron la antesala de una penosa perdida.

Julius cogió el viejo Winchester que siempre estuvo tras la puerta de la habitación destinada al horneado de los panes, y con él se fue hasta el lecho de muerte de su amada Nataly, se arrodillo ante el cadáver -Nataly, amor mío. Perdóname por no haber podido cumplir mi promesa. Perdóname por no haber podido ser “La Negación de los imposibles”. Si no pude retenerte aquí conmigo…deja que me vaya contigo…- Apoyó la culata del Winchester en el piso, encajó el cañón entre su boca, y tiró del gatillo.










































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