En medio de su egolatría, él se decía ser “La Negación de los
imposibles”. Entre sus extravagantes pensamientos, el más relevante y
presuntuoso, era aquel que le llevaba a asegurar que su talento era capaz de
inventar lo que fuere necesario para cualquier caso u ocasión, bajo la única
condición de que se le concediera el plazo de tiempo necesario. Entre sus
adeptos, la gran mayoría provenía de entre las familias más paupérrimas y
miserables de la comarca; a ellos les suministraba jarabes para curar la tos, ungüentos
para dolores múltiples; así mismo, también les diseñaba y construía diversos
artificios para aliviarles el duro trabajo del campo; penosamente algunos de
ellos terminaban resultando inútiles armatostes, que luego desmantelaba, y sin
inmutarse, usaba las piezas para intentar construir otros que pudieran tener
una resultante más satisfactoria.
En realidad, Julius, como él decía llamarse, era una extraña mezcla de
habilidades innatas y conocimientos autodidactas: Arquitecto, brujo,
alquimista, chamán, físico, curandero, ingeniero, curioso, visionario, mucho de
artista, y sobre todo…chiflado de atar. Muchos de sus logros eran producto de
pruebas y errores mientras buscaba conseguir otros objetivos.
Como aquella vez, hacía unos siglos atrás, en que empezó a mezclar
sustancias buscando afanosamente una cura para los síntomas de las diarreas y
vómitos ocasionados por la pandemia del cólera. Cuando, creyendo tenerlo listo,
para corroborar sí realmente funcionaba su brebaje anti diarreico y anti
vomitivo; al no hallar voluntarios en quienes probar su eficacia, él se
suministró a sí mismo toda la dosis, mas, en aquel momento, lo único que
consiguió fue más diarreas y más vómitos, por lo que, desilusionado, desechó
ese proyecto. Recién, luego de casi dos décadas dedujo que los efectos de ese
preparado estaban ocasionando que no envejeciera. Su supuesta formula
antidiarreica y anti vomitiva, en realidad resultó ser un Elixir de la eterna
juventud. Lamentablemente entre el desorden de sus experimentos, su memoria se
negaba a recordar la composición de la maravillosa formula.
Embutido en su terca juventud, Julius ahora tenía todo el tiempo del
mundo para idear, experimentar, y fabricar desde algunas cosas geniales hasta
los disparates más alucinados que pasaban por su mente, pero los tiempos no se
detienen; el mundo fue modernizándose, y en plena era industrial, los talentos
de Julius, de pronto resultaban obsoletos y poco o nada útiles, razón por la
que abandonó la aventura de los inventos, e incursionó en el rubro de la
panadería. Para su seguridad contra posibles ladrones compro un fusil
Winchester, el cual mantuvo siempre presto, tras la puerta de la habitación
destinada al horneado de los panes.
Julius contaba con ciento sesenta y siete años de edad, aunque su
aspecto físico se empecinaba en mostrarlo como un joven de veinte y dos años,
lo que facilitó que empezara un tórrido romance con la dependienta de la
panadería, una mujer de cuarenta y tres años, con enormes ojos, mirada
melancólica, y físicamente, bastante atractiva para su edad, además llena de
virtudes éticas y morales…su nombre, Nataly.
Todo sucedió muy rápidamente, enamoramiento sublime y reciproco, boda
austera, vida en común…Por demás, Julius y Nataly eran una pareja feliz y
estable.
Así pasó una década. Julius continuaba con su aspecto de joven de veinte
y dos años, mientras Nataly ya empezaba a mostrar en su piel. El inexorable
paso de más de cincuenta años. Cuando Julius reparó en ello, se le convirtió en
una obsesiva manía, mirarla y hurgar en su rostro cada aparición de cada nueva
arruga, y como iba haciéndose cada día más fláccida su musculatura -¡¡No!!-
Julius no quería eso para el amor de su vida.
Entonces retomó la alquimia, abandonó la panadería, y en lo que fuera la
habitación dedicada al horno, montó un precario laboratorio donde se encerraba
por largas horas combinando y mezclando sustancias y menjunjes esperando
coincidir con la maravillosa formula que muchos años atrás le concediera a él
la eterna juventud.
Cuando consideraba haber logrado su objetivo, salía de su laboratorio
presa de una ansiedad galopante, y se lo daba de beber a su amada Nataly. Los
días siguientes, la observaba y escudriñaba minuciosamente, lastimosamente,
pasaba el tiempo y las arrugas de Nataly continuaban creciendo y
multiplicándose, además de la aparición de los achaques propios de su edad.
Entonces Julius volvía a encerrarse en su laboratorio. El ciclo de expectativa
se repetía, y también la desazón…
-Mi amada Nataly, no en vano me llamaban “La Negación de los
imposibles”. Te prometo que conseguiré el elixir de la eterna juventud para ti.
–
Las arrugas continuaron apoderándose de la piel de Nataly, su columna
fue encorvándose cada vez más. El Alzheimer y la demencia senil fueron la
antesala de una penosa perdida.
Julius cogió el viejo Winchester que siempre estuvo tras la puerta de la
habitación destinada al horneado de los panes, y con él se fue hasta el lecho
de muerte de su amada Nataly, se arrodillo ante el cadáver -Nataly, amor
mío. Perdóname por no haber podido cumplir mi promesa. Perdóname por no haber
podido ser “La Negación de los imposibles”. Si no pude retenerte aquí
conmigo…deja que me vaya contigo…- Apoyó la culata del Winchester en el
piso, encajó el cañón entre su boca, y tiró del gatillo.


No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.