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sábado, 22 de noviembre de 2025

TRECE OSCURO




Ilustración y cuento de Oswaldo Mejía.


  (Derechos de autor, protegidos)



El pánico era reinante, el aire olía a miedo; todos buscábamos que huir a las carreras. “El negro Tufo de la Muerte” era implacable e insaciable para la consecución de víctimas…y nosotros, en medio de la tupida jungla, estábamos en su camino.

Los primeros en toparse con el virus fueron un grupo de mineros, quienes accidentalmente debieron hallarla en los socavones, y prestaron sus humanidades como portadoras del mal, así se diseminó la extraña peste entre la población de la aldea.

El primer síntoma de los infectados era una tenue humareda negra que empezaban a expeler por la boca, nariz y orejas, Luego caían en un trance demoniaco plagado de horrendas y torturantes alucinaciones, que ningún exorcismo era capaz de aplacar. Al cabo de unas horas, el cuerpo de las víctimas se iba hinchando y presentaba enormes manchas moradas, a la vez que de sus entrañas empezaba a fluir por la boca una masa negra oleaginosa, que se pegoteaba tercamente entre el paladar, lengua y dientes. Todo culminaba con la expulsión de un vomito liquido negro, con tanta presión, que el haz del vomito alcanzaba entre tres y cuatro metros. Luego de ello, los cuerpos quedaban vacíos, como bolsas descargadas de su contenido. Las pieles que quedaba de estos cuerpos no eran devoradas por ningún carroñero ni alimaña, solo iban resecándose mientras despedían una infecciosa y reptante neblina oscura; esta era la vía de contagio.

Entre la oscuridad, la gente espantada huía en todas direcciones llevando con ellas solo las provisiones que encontraban a mano. Yo apenas conseguí echarme dos bananos en los bolsillos y aupar a mi espalda a mi anciana madre, quien padece de demencia senil provocada por el Alzheimer, pero ella es lo más preciado que tengo, así es que no dudé un instante en sacarla de allí, aunque tuve que atarla a mi cintura. Lógicamente esto dificultaba nuestra huida y retrasaba mi paso para seguir al grupo que elegí de compañía. La primera meta era alcanzar las montañas. A cada minuto mi lentitud iba dejándonos más rezagados. Por momentos sacaba fuerzas de flaqueza y corría tras el grupo, pero cuando los alcanzaba, llegaba tan extenuado, que mientras recuperaba fuerzas, nuevamente quedábamos rezagados; así una y otra vez, hasta que los perdimos de vista.

Solos, entre los vericuetos de los caminos hacia las montañas, nos topamos con una lluvia torrencial, estábamos empapados, y yo, impregnado de fango hasta más arriba de las rodillas. El avanzar con mi madre a cuestas sobre la superficie resbalosa era realmente una tortura, pero debía continuar. El Tufo de la muerte negra nos perseguía con sus lenguas de oscura y letal humareda.

No sé cómo llegamos a este lugar, pero una riada se interponía entre nuestra línea de escape y la tóxica humareda que nos perseguía. Alguien debió estar antes aquí, en nuestra misma situación, pues había una larga liana atada a un árbol de este lado, y el otro extremo flotaba en las aguas turbulentas del crecido río. Si lograba alcanzarla, podría cruzar a nado, atarla en un árbol al otro lado, regresar por mi madre, auparla a mis espaldas, y así, juntos, podríamos remontar las aguas. Rápidamente me despojé de mis ropas y me zambullí en el río buscando alcanzar el extremo suelto de la liana. Vaya que era todo un reto; en este punto las aguas estaban extremadamente agitadas. Largo rato estuve lidiando con la corriente del agua, hasta que hice un movimiento de cabeza para ver si mi madre continuaba en una situación segura. Eso bastó para que perdiera el punto de equilibrio y ser arrastrado río abajo. La fuerza del agua me tiraba dando tumbos y volatines, estaba a punto de ahogarme, cuando la misma fuerza de la corriente me arrojó de espaldas contra la pedregosa orilla, entonces pude asirme de una roca saliente. Tenía todo el cuerpo magullado y cubierto de arañazos…pero estaba vivo y consciente. No sé cuánto tiempo estuve así, pero en cuanto recobré el aliento me encaramé en la roca y fui arrastrándome alejándome de la orilla del río.

Lo primero que me vino a la mente fue ¡¡Mi madre!! Entonces emprendí una loca carrera río arriba. Era cuestión de vida o muerte para mi madre, no debía detenerme, pero desconocía donde la deje. La jungla es jungla por donde se le mire. Resultaba casi imposible hallar un indicio para localizarla. Al amanecer pude distinguir al otro lado del río, el árbol con la liana atada que hallara en la noche.

Actuando con una decisión muy poco razonable. Tomé carrera y me impulsé de un salto lo más que pude, zambulléndome nuevamente en el río; desesperado di unas brazadas, y pude asirme a la liana flotante. Las caudalosas aguas amenazaban con arrastrarme, mas, yo seguía firme, sin soltarme. Poco a poco fui recorriendo toda la extensión de la liana hasta que conseguí llegar a la orilla.

Lamentablemente…todo había resultado tardío. Los restos de mi venerada madre apenas si eran un amasijo de huesos cubiertos por piel desinflada expeliendo un humo negruzco por la boca, nariz y orejas. Tomé entre mis manos sus restos, y lloré abrazándola con devoción, sin importarme el humo tóxico que fluía de sus entrañas e iba contaminando rápidamente mi organismo.

Ya no tenía sentido buscar que proteger mi existencia…  



















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