Cristina
Peláez era una mujer joven; a sus veintiséis años, era una de las primeras
personas que llegaron a invadir estos terrenos polvorientos salpicados de grava
y rocas filosas. Entre todas las precarias casuchas de la zona, reconocida como
Asentamiento Humano Edén, la de Cristina era de las más humildes, apenas si
tenía un pequeño muro de piedras apiladas, de más o menos un metro de altura en
el frontis, el resto, metros detrás era solo un habitáculo de esteras de caña
entretejidas y cartones, en ella habitaban Cristina, y su menor hija Chabuca.
Cristina
no era fea, pero la falta de los dos dientes incisivos la hacía verse
desmejorada, pero con la boca cerrada y atendiendo al detalle su anatomía, en
conjunto, era una mujer de carnes firmes. Debido a su pobreza y a la falta de
un varón que la asumiera, ella se dedicaba a lavar la ropa y ayudar en los
quehaceres domésticos a las damas vecinas que se lo requerían, todo por algunas
monedas y comida para ella y su hija…Esa era la parte decorosa de la vida de
Cristina…
En un
villorrio como el Asentamiento Humano Edén, alejado de la gran ciudad y perdido
entre los cerros era inconcebible la existencia de un prostíbulo; ausencia que
se presentaba como una oportunidad para Cristina y su mal disimulada
ninfomanía.
En el
Asentamiento Humano Edén el agua era llevada por camiones cisterna que la
vendían de puerta en puerta en cilindros y baldes; como Cristina casi nunca
tenía dinero para pagar, el aguatero le dejaba el agua, y cuando terminaba con
su reparto, este volvía, estacionaba el camión en la entrada de la casa de
Cristina, quien presurosa sacaba a su menor hija Chabuca, la sentaba sobre el
muro de la entrada, cerraba su puerta, y daba rienda suelta a sus favores
carnales, agradeciendo al aguatero por haberla proveído del líquido elemento.
Cada
vez eran más y más los vecinos que subrepticiamente visitaban la casucha de
Cristina. Era casi un código que si Chabuca estada sentada en el muro de la
entrada, su madre estuviera adentro revolcándose con algún parroquiano,
entonces cualquier recién llegado, solapadamente le decía a la niña -Dile a tu
mamá que en un ratito regreso-. En algún momento, Cristina hubiera podido
jactarse, de que todos los varones adultos del Asentamiento Humano Edén, alguna
vez se revolcaron con ella en su tarima, entre esas cuatro esteras que le
servían de refugio. Era un hecho que las Damas y Señoras de la comunidad
intuían o sabían de las prácticas sexuales de Cristina, pero de hacían de la
vista gorda pues era comedida y les ayudaba con las compras, con el lavado de
ropa y con sus quehaceres domésticos.
Cristina
no era una prostituta, ella no pedía dinero a cambio ni tenia tarifa, sólo se
limitaba a recibir la voluntad de los usuarios; algunos dejaban comida, otros
le daban ropa usada, También había los que dejaban unas miseras monedas, y
muchos que ni las gracias daban, y se iban apresuradamente para no ser vistos
al salir. Cristina era “La novia de todos y la pareja de nadie”. Jamás un varón
se hizo estable de ella.
Aun
así, Cristina tuvo dos embarazos más: Augusto y Susanita. Augusto fue entregado
a la Señora Victoria jara, quien lo tenía de sirviente, pero lo vestía y le
daba de comer de manera decente, hasta que lo llevó de paseo a un pueblo de la
sierra y a las dos semanas volvió sin él, y con una historia explicativa de que
el pequeño Augusto cayó por un barranco y murió. Toda la vecindad rumoreaba que
la Señora Victoria jara, en realidad lo había vendido. Cristina veló sus
ropitas, y no hubo muchas lágrimas por el hijo desaparecido.
Susanita
había sido entregada a la Señora Toya Portal para que la criara. Una tarde en
que la señora Toya estaba haciendo hervir una olla con mazamorra de fécula de
patata sobre un fogón inestable hecho de ladrillos, Susanita jugando tropezó
con los ladrillos, y se le vino la olla encima provocándole quemaduras de
cuarto grado, es decir casi murió cocinada. Cristina asistió al funeral, pero
no fue muy notoria su aflicción.
Cristina invariablemente asumía su rol de madre más que para parir, siempre fue más hembra que
madre.
Un día
cualquiera vendió su terreno y en silencio Se fue con su hija Chabuca a unirse
a nuevos grupos de invasores que habían tomado posesión de otros terrenos mucho
más lejanos.
Por
mucho tiempo los varones del Asentamiento Humano Edén al pasar frente a la que
fuera la casucha de Cristina, no podían evitar sentir nostalgia por el recuerdo
de aquella mujer que siempre estuvo dispuesta a prodigar caricias.
Me gusta ese balance entre una historia que es lúcida en su planteamiento y onírica en sus personajes. Seria y triste pero sin drama.
ResponderEliminarEres muy amable al obsequiarme tu comentario. Gracias.
EliminarCaballero Oscuro este relato me ha transportado a parte de mi infancia me tocó ver muchas situaciones parecidas un fuerte abrazo hermano saludos
ResponderEliminarGracias heermano mío, por acompañarnos.
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