(Derechos de autor, protegidos)
El antro se hallaba atestado de personas desatadas al libertinaje. La
música acompañaba esa atmósfera repiqueteando cadencias algo sórdidas. El
ambiente invadido por la mezcla de olores a sudor, el perfume barato de las
féminas, el impertinente olor a licor, y el humo de cigarrillos velando la
visibilidad de las realidades… Todo apuntaba hacia presagios de un mal final
para esta noche de desenfreno. Era fácil discurrir que, generalizando, todos
los concurrentes eran hampones, prostitutas, matones y gente de malos vivires.
Muchos de ellos vociferaban y se jactaban de ser imbatibles, quien sabe en qué
menesteres. Sólo faltaba un detonante cualquiera, por pequeño que fuera, para
que esa olla de presión explotara… Y ocurrió: Unos forcejeos, empujones,
ofensas desmedidas y amenazas… La gresca reclamó su rumbo.
Henry era un hampón de media monta, pero era arrogante e intentaba
siempre lucir bien, lo que llamaríamos “un chulo”. Llevaba el cabello bien
cortado, camisa blanca y saco de vestir.
Yuto era un homosexual solapado, de figura repulsiva; desgreñado, sucio
y descuidado. Su cuello cortísimo, su abdomen abombado y sus piernas
desproporcionadas le daban el aspecto de un batracio anuro.
Ambos salieron al exterior del local haciendo aspavientos y lanzándose
injurias entre sí.
El exterior era un terral iluminado únicamente por el plenilunio. En un
lugar marginal como este aún no había veredas, asfalto, y menos alumbrado
público..
Los curiosos habían salido en tropel, y ahora formaban un círculo que
delimitaba de manera dinámica el espacio de la gresca, yendo de aquí para allá
azuzando a los contendientes.
Unas fintas, unas patadas, y luego, dos puñetazos certeros que hicieron
sangrar las narices de Yuto.
Fue entonces que repentinamente en su mano derecha apareció la hoja
metálica de la navaja destellando el brillo de su filo a la luz de la luna.
Henry no se amedrento, era un tipo curtido en estas lides. Se inclinó, cogió
dos pedruscos de regular tamaño, los introdujo en los bolsillos de su saco, se
quito el saco, y cogiéndolo por el cuello empezó a revolearlo como si se
tratara de una boleadora. Diferentes armas, pero un mismo propósito… ¡Herir, o
quizás matar!
Cual si se tratara de una macabra coreografía, ambos dieron brincos y
lances esgrimiendo sus armas.
Por reflejo, Henry calculó que era el momento propicio para asestar el
golpe definitivo y dio un lance de derecha a izquierda con su improvisada
boleadora. Yuto esquivó el golpe inclinándose hacia su izquierda, a la vez que
siguió la trayectoria con la mano armada con la navaja, imprimiendo un acertado
tajo de lado a lado en el abdomen de Henry. Todo fue súbito. Henry dejó
continuar el vuelo de su arma, y se llevó ambas manos a la altura de su
estómago. En su blanca camisa, el repentino manchón de sangre se hizo inmenso,
y luego dio paso a la vista expuesta de vísceras y tripas que sus manos
temblorosas ya no pudieron contener.
Ante el estupor de la multitud de testigos, Henry cayó de bruces al
suelo, literalmente mordiendo el polvo.
Entre la inmediata confusión, Yuto emprendió la carrera, huyendo entre
la noche. Cuando creyó estar lo suficiente lejos, arrojó la navaja a un
basural… Como si existiera alguna posibilidad de ocultar el crimen que a vista de tantos había cometido.
Casi esperaba que hubiera un giro onírico, pero el realismo también queda bien. Entra el cuchillo, salen las tripas.
ResponderEliminarGrracias por tu gentil visita. Un abrazo.
Eliminar