martes, 3 de septiembre de 2024

IN VITRIO





Iustración y cuento de Oswaldo Mejía

(Derechos de autor, protegidos)




Yo estuve allí dentro más tiempo del que ninguno de los encargados del proyecto permaneció en esas mazmorras que fungían como laboratorio genético, Yo era el encargado de dotar estrictamente el oxígeno y los nutrientes necesarios al fluido del sintético líquido amniótico en el que flotaban aquellas criaturas. Mi labor debía ser meticulosa en cantidades y tiempo. Un descuido era sensible de provocar el fracaso en la incubación en los úteros artificiales, de una o varias de las criaturas, incluso podía afectar a una camada completa, y se habría desperdiciado años de estudio y trabajo, además de los insumos…

Cuando se desataron los bombardeos, las explosiones no hicieron mella a este gigantesco bunker subterráneo; apenas si se sintieron los sacudones como fuertes y continuos movimientos telúricos, mas, la infraestructura permaneció intacta. Mi labor también se mantuvo inquebrantable, haciendo caso omiso a la orden de evacuar la zona. Abandonar mi puesto de labores era condenar a aquellas criaturas a una muerte inminente. El proyecto estaba planeado para que estas criaturas híbridas, debido a su actual estado de anfibiedad, deberían ser conducidos, como paso siguiente del proyecto, a ocupar espacio en los estanques, que para ese fin se habían construido en el lago cercano. Allí irían siendo seleccionados oportunamente para ser sometidos a experimentos, cuya finalidad sería dotarlos de respiración pulmonar estable, de alguna manera bloquear su respiración cutánea, y así hacerlos útiles para el trabajo en las minas y en los campos de batalla.

 Yo no tengo familiares ni parientes aguardándome en casa, quizás por ello había madurado hacia todos ellos una empatía casi paternal, y creí conveniente procurarles lo que estuviera a mi alcance en pro de que continuaran vivos. Por ello me quedé aquí a pesar de los continuos bombardeos.

Fue la última explosión, la más potente y destructiva, la que logró perforar el subsuelo, abriendo un inmenso boquete en las paredes de concreto reforzado que bordeaban el laboratorio subterráneo. El impacto fue tan fuerte que hizo añicos decenas de los úteros artificiales matando en el acto a centenares de las criaturas. Yo que estaba en ese momento al fondo de las instalaciones, fui lanzado por los aires contra el mobiliario de archivos. Cuando me repuse de la colisión y el asombro, tuve ante mis ojos, tamaña destrucción y siega de vidas. El espectáculo era desolador; centenares de úteros artificiales hecho añicos, miembros y cuerpos mutilados por doquier. Los úteros artificiales que estaban al fondo, si bien no habían sido destrozados, en su totalidad sufrieron la avería del sistema proveedor de flujo de líquido amniótico sintético y se vaciaron por completo del líquido elemento. Entonces las criaturas sobrevivientes, aun con su respiración pulmonar deficiente y su dermis no apta para permanecer mucho tiempo fuera de un elemento líquido, por instinto, abandonaron sus cubículos, cual si fueran un enjambre salieron en tropel por el enorme boquete, escalando por entre las ruinas buscando alcanzar el lago cercano, que por instinto habían percibido. Su prisa era una carrera por su vida.

Afuera, las naves que aún patrullaban la zona debieron confundirlos con tropas de resistencia, pues los recibieron bombardeándolos con granadas aire-tierra y ráfagas de metralla. La matanza fue una verdadera carnicería contra las indefensas criaturas. Los pocos que lograron retornar, inútilmente corrieron a refugiarse entre los que fueran sus úteros artificiales de origen; pero, como repito, estos ya estaban vacíos del líquido vital. El espectáculo de ver a estos últimos sobrevivientes agonizar resultaba aún más dantesco de todo lo que había visto anteriormente. Las pobres criaturas boqueaban esforzándose por respirar, y sus pieles cada vez más resecas eran una tortura que sólo culminaba con su muerte.

Cuando ya no vi más síntomas de vida en ninguno de ellos, recién reparé en que yo tenía quemaduras por el hemisferio derecho de mi tórax y rostro, producto de la última gran explosión que alcanzó a abrir el boquete en las paredes del laboratorio. También noté que mi vista estaba mermando rápidamente, y ahora sentía un dolor insoportable en todas mis articulaciones… ¡Claro! Eran los estragos de la radiación que expelió la gran explosión.

Aquí viví los últimos años de mi vida, y creo que aquí dejaré mis ultimas momentos...























(Pieza única. Año 2024. Medidas: 80 X 57 cms. Precio 600 dólares americanos)









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