martes, 20 de agosto de 2024

CANSINO ANDAR PARA LA IRA NOCTÁMBULA





Iustración y cuento de Oswaldo Mejía

(Derechos de autor, protegidos)




Edgard era un afro descendiente físicamente bien dotado; 1.80 de altura aproximadamente, y cierta corpulencia. “El Negro”, como casi todos solíamos llamarlo, era irascible, sanguinario, y con muy pocos códigos de conducta; yo intuía, y también las malas lenguas murmuraban que ya tenía algunos asesinatos en su haber. En pocas palabras, era un sociópata; pero, por razones que quizás se hallen en nuestra infancia en común como afrodescendientes encasilladoos en un barrio marginal y violento , el “Negro Edgard” era empático conmigo. Yo era una de las pocas personas a quien, en medio de su carácter hosco, me permitía hacerle bromas pesadas, y hasta burlas. Cuando nos encontrábamos la pasábamos bien.

Una noche invernal, yo regresaba  del cine a paso de caminata, cuando al llegar al parque municipal me topé con Edgard -Hola Negro ¿Qué hay…? – De inmediato noté su intranquilidad, tenía algo envuelto entre las hojas de un periódico y se esforzaba para pasarlo desapercibido a mi atención. Como adelantándome para que yo no preguntara sobre lo que ocultaba, me dijo –“Chupón” ¿No me acompañas a fumar un porro de “maricucha”? – Yo acepté presto; pensé, me caería bien algo de cannabis antes de dormir…

Mientras iba armando el porro, Edgard empezó a narrarme que, a una calle, desde una cantina, alguien le gritó - ¡Negro soplón! – Entonces me mostró a medias, que lo que ocultaba con tanto celo bajo las hojas del periódico, era un revolver. Lo volvió a ocultar y continuó armando el porro con meticulosidad, a la vez que prosiguió con su historia. Me dijo que, sin pensarlo, ingresó a la cantina, se dirigió al grupo que se encontraba libando y sin mediar palabra, con la cacha del revolver, le dio un sófero golpe en la frente al individuo que estaba más cercano, haciéndole sangrar profusamente a la altura de la sien izquierda…Así como entró, así salió, sin decir nada; tampoco de entre los parroquianos, nadie dijo nada, sólo el agraviado exclamó – Negro hijo de puta…- Más como un quejido, que como un insulto.

Mientras Edgard me contaba lo sucedido, yo no quitaba la mirada del revolver envuelto. Yo sabía que más de las veces él portaba arma de fuego, pero esta vez tenía una intuición. En un descuido, le arrebaté el periódico, con lo que corroboré mis sospechas ¡El revolver no tenía tambor! En esta oportunidad Edgard portaba un arma inútil… Gruñendo me quitó las hojas de periódico –“Chupón”, no te juegues así con estas cosas- Y nuevamente cubrió el arma destartalada. Realmente me sentí incomodo de haber puesto en ridículo a mi amigo; por lo que me quedé unos instantes en silencio.

“El negro” encendió el porro; cuando, esa intuición que tenemos quienes vivimos a salto de mata, me hizo virar la mirada hacia la zona de los arbolitos de copas podadas artísticamente en formas redondeadas.

-Edgard, por el lado de los arbolitos viene un grupo escabulléndose. Creo que son esos “cagones…”-

“El Negro” empuñó el arma, se aseguró de cubrir el cuerpo dejando expuesto sólo el cañón, me pasó el porro encendido, y me dijo -Espérame. Ahorita los arreglo a estos “concha de su madre” …- ¿Con que iba a enfrentarlos? Ellos eran más de diez, y de hecho venían “cargados”. Ese revolver destartalado serviría de poco o nada.

-Negro, vámonos; si corremos hacia mi barrio no podrán alcanzarnos…- Pero Edgard ya no me escuchó, o no quiso escucharme. No a la carrera, pero sí dando trancos largos y apresurados, Edgard les interceptó apuntándoles con el arma. Con la mano derecha empuñaba el arma apuntándoles al pecho, y con la izquierda mantenía cubierta la deficiencia del revolver. Como una veleta barría de derecha a izquierda, dibujando al viento un amenazante arco que mantenía a raya a sus potenciales atacantes. Entonces decidí acercarme. “El Negro” era mi carnal, y a un carnal no se le abandona…

Uno de los malandrines dijo -Haces tanto teatro con tu revolver, y de repente tu “cojudez” ni dispara…- Otro exclamo - ¡Sí, si dispara! Yo le he visto a este negro de mierda matando perros a balazos-

Cuando parecieron haberse calmado los ánimos de ambos lados, le grite a Edgard - ¡Negro, vámonos! -  Sin mirarme, el Negro me respondió -Loco, vete tú nomas ¡Vete! – Y me hizo un ademán de ¡aléjate! con la cabeza. Debió ser en ese lapsus que uno de los acosadores creyó oportuno atacar, y se abalanzó sobre Edgard apuñalándole en el pecho repetidas veces; entonces se desató el festín de sangre. “El Negro Edgard” cayó de espaldas al piso, con su inútil arma apuntando al cielo… Toda la pandilla reclamó su oportunidad para acuchillarlo y golpearlo. Literalmente lo cosieron a puñaladas. Visto el fatal desenlace, emprendí mi indecorosa pero acertada huida. Corrí y corrí hasta mi barrio, que a esas horas sus calles estaban desiertas, y me refugié en la seguridad de mi casa.

Aun ahora, pasado mucho tiempo, salgo alerta y con extremo cuidado, pues aquella noche, muchos de los pandilleros vieron mi rostro, y yo vi el rostro de muchos de ellos… Esos desgraciados y yo tenemos cuentas que saldar; se que ni ellos ni yo sabemos olvidar… ellos “enfriaron” a uno de los míos, y pagaran por ello.

<<La venganza es un trago que sabe mejor si se bebe frío y con paciencia>>





(Pieza única. Año 2024. Medidas: 80 X 57 cms. Precio 600 dólares americanos)





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