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Edgard era un afro descendiente físicamente bien dotado; 1.80 de altura
aproximadamente, y cierta corpulencia. “El Negro”, como casi todos solíamos
llamarlo, era irascible, sanguinario, y con muy pocos códigos de conducta; yo
intuía, y también las malas lenguas murmuraban que ya tenía algunos asesinatos
en su haber. En pocas palabras, era un sociópata; pero, por razones que quizás
se hallen en nuestra infancia en común como afrodescendientes encasilladoos en un barrio marginal y violento , el “Negro Edgard” era empático conmigo.
Yo era una de las pocas personas a quien, en medio de su carácter hosco, me
permitía hacerle bromas pesadas, y hasta burlas. Cuando nos encontrábamos la
pasábamos bien.
Una noche invernal, yo regresaba del cine a paso de caminata, cuando al llegar al parque municipal me topé con Edgard -Hola Negro ¿Qué hay…? – De inmediato noté su intranquilidad, tenía algo envuelto entre las hojas de un periódico y se esforzaba para pasarlo desapercibido a mi atención. Como adelantándome para que yo no preguntara sobre lo que ocultaba, me dijo –“Chupón” ¿No me acompañas a fumar un porro de “maricucha”? – Yo acepté presto; pensé, me caería bien algo de cannabis antes de dormir…
Mientras iba armando el porro, Edgard empezó a narrarme que, a una
calle, desde una cantina, alguien le gritó - ¡Negro soplón! – Entonces
me mostró a medias, que lo que ocultaba con tanto celo bajo las hojas del
periódico, era un revolver. Lo volvió a ocultar y continuó armando el porro con
meticulosidad, a la vez que prosiguió con su historia. Me dijo que, sin
pensarlo, ingresó a la cantina, se dirigió al grupo que se encontraba libando y
sin mediar palabra, con la cacha del revolver, le dio un sófero golpe en la
frente al individuo que estaba más cercano, haciéndole sangrar profusamente a
la altura de la sien izquierda…Así como entró, así salió, sin decir nada;
tampoco de entre los parroquianos, nadie dijo nada, sólo el agraviado exclamó –
Negro hijo de puta…- Más como un quejido, que como un insulto.
Mientras Edgard me contaba lo sucedido, yo no quitaba la mirada del
revolver envuelto. Yo sabía que más de las veces él portaba arma de fuego, pero
esta vez tenía una intuición. En un descuido, le arrebaté el periódico, con lo
que corroboré mis sospechas ¡El revolver no tenía tambor! En esta oportunidad
Edgard portaba un arma inútil… Gruñendo me quitó las hojas de periódico –“Chupón”,
no te juegues así con estas cosas- Y nuevamente cubrió el arma
destartalada. Realmente me sentí incomodo de haber puesto en ridículo a mi
amigo; por lo que me quedé unos instantes en silencio.
“El negro” encendió el porro; cuando, esa intuición que tenemos quienes
vivimos a salto de mata, me hizo virar la mirada hacia la zona de los arbolitos
de copas podadas artísticamente en formas redondeadas.
-Edgard, por el lado de los arbolitos viene un
grupo escabulléndose. Creo que son esos “cagones…”-
“El Negro” empuñó el arma, se aseguró de cubrir el cuerpo dejando
expuesto sólo el cañón, me pasó el porro encendido, y me dijo -Espérame. Ahorita
los arreglo a estos “concha de su madre” …- ¿Con que iba a enfrentarlos?
Ellos eran más de diez, y de hecho venían “cargados”. Ese revolver destartalado
serviría de poco o nada.
-Negro, vámonos; si corremos hacia mi barrio no
podrán alcanzarnos…- Pero
Edgard ya no me escuchó, o no quiso escucharme. No a la carrera, pero sí dando
trancos largos y apresurados, Edgard les interceptó apuntándoles con el arma.
Con la mano derecha empuñaba el arma apuntándoles al pecho, y con la izquierda
mantenía cubierta la deficiencia del revolver. Como una veleta barría de
derecha a izquierda, dibujando al viento un amenazante arco que mantenía a raya
a sus potenciales atacantes. Entonces decidí acercarme. “El Negro” era mi
carnal, y a un carnal no se le abandona…
Uno de los malandrines dijo -Haces tanto teatro con tu revolver, y de
repente tu “cojudez” ni dispara…- Otro exclamo - ¡Sí, si dispara! Yo le
he visto a este negro de mierda matando perros a balazos-
Cuando parecieron haberse calmado los ánimos de ambos lados, le grite a
Edgard - ¡Negro, vámonos! - Sin
mirarme, el Negro me respondió -Loco, vete tú nomas ¡Vete! – Y me hizo
un ademán de ¡aléjate! con la cabeza. Debió ser en ese lapsus que uno
de los acosadores creyó oportuno atacar, y se abalanzó sobre Edgard
apuñalándole en el pecho repetidas veces; entonces se desató el festín de
sangre. “El Negro Edgard” cayó de espaldas al piso, con su inútil arma
apuntando al cielo… Toda la pandilla reclamó su oportunidad para acuchillarlo y
golpearlo. Literalmente lo cosieron a puñaladas. Visto el fatal desenlace,
emprendí mi indecorosa pero acertada huida. Corrí y corrí hasta mi barrio, que
a esas horas sus calles estaban desiertas, y me refugié en la seguridad de mi
casa.
Aun ahora, pasado mucho tiempo, salgo alerta y con extremo cuidado, pues
aquella noche, muchos de los pandilleros vieron mi rostro, y yo vi el rostro de
muchos de ellos… Esos desgraciados y yo tenemos cuentas que saldar; se que ni
ellos ni yo sabemos olvidar… ellos “enfriaron” a uno de los míos, y pagaran
por ello.
<<La venganza es un trago que sabe mejor si se bebe frío y con paciencia>>
De barrios pandilleros hay que huir
ResponderEliminarGracias por comentar.
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