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En realidad, Javier Quintana, era una extraña mezcla de habilidades
innatas y conocimientos autodidactas: Arquitecto, alquimista, matemático,
físico, ingeniero, curioso, y sobre todo, un visionario muy adelantado a su
tiempo.
Javier Quintana había pasado los últimos años dedicado a la observación
del vuelo de las aves, y al estudio minucioso de sus anatomías.
Fue a mediado de los años 1,600, en que, empecinado en volar como las
aves, se dio a la tarrea de construir un armatoste que simulaba un par de alas,
equipadas con artilugios muy complejos, que permitían a sus alas de artificio,
emular en casi todo, los movimientos naturales en vuelo de las alas de las
aves. El inconveniente inmediato era, cómo dotar de energía al armatoste, para
que este tuviera una tracción continua mientras aleteaba en el aire; los
motores aún no se habían inventado.
Inducido por su obstinación e inventiva, Javier Quintana proveyó a sus
alas unas poleas y unas cuerdas, que el piloto debería ir jalando
continuamente, para generar los movimientos que mantendrían en el aire a las
alas y al piloto. En sí todo el armatoste era muy ligero, y las cuerdas que
iría jalando el piloto le daban gran maniobrabilidad.
…Y llegó el día de probar, cuan eficaces resultaban las alas de Javier
Quintana. Este, furtivamente trepó hasta el campanario de la parroquia “Nuestra
Señora de la Paz” en el sur de Lima, Perú; una vez arriba, ante un pequeño
grupo de negros esclavos azucareros, que estaban allí de curiosos, se colocó
las alas, las aseguro a sus espaldas y tórax por medio de un precario arnés, y
se lanzó al vacío. Su propósito era alcanzar el cumulo de nubes que se alzaban
sobre el cielo limeño
La inicial caída libre, fue rápidamente corregida por Javier Quintana,
quien poco a poco fue agarrando ritmo en la acción de tirar de las cuerdas que
daban movimiento de aleteo a sus alas. Cada vez ganaba más altura; ya casi
tenía las nubes a su alcance. Cuando se internó en el corazón de las nubes,
perdió visibilidad y el aspirar las moléculas de agua condensada empezó a
dificultársele la respiración. A cada instante se agitaba más e iba perdiendo
fuerzas. Cada vez le era más difícil controlar el aleteo y comenzó a perder
altura hasta bajar del nivel del techo de nubes. Lamentablemente ya no pudo
recuperar energías; y por consiguiente el vuelo cesó. Al comienzo las alas
mantuvieron un planeo, mas, el peso de su cuerpo lo fue arrastrando en una
rápida caída, hasta estrellarse aparatosamente contra el piso siendo empujado
varios metros por acción de la inercia. Las alas quedaron hechas añicos, y sus
restos quedaron desperdigados entre la huella que dejo el cuerpo de Javier
Quintana al colisionar y patinar sobre el suelo.
Cuando Javier Quintana recuperó el conocimiento, estaba sobre una cama
de hospital, extremadamente adolorido e inmovilizado en gran parte de su
cuerpo; pero sobre todo estaba confundido, todo el ambiente se le hacía
superlativamente ajeno, extraño…fuera de lugar. Las paredes, el techo, el
mobiliario, la iluminación; nada concordaba con el mundo que el conocía.
Cuando llegó la visita médica, acompañada de un personal policial, una
doctora le hizo las preguntas de rigor: ¿Cómo se llama? ¿Dónde vive? ¿Cómo
ocurrieron los hechos que lo llevaron al estado en que se hallaba? Javier
Quintana respondió a todo, e hizo un relato detallado de su ascenso en vuelo
con sus alas de artificio desde el campanario de la parroquia “Nuestra Señora
de la Paz” en el sur de Lima, Perú; lo cual dejó atónitos a todos los presentes
¡¿Cómo había recorrido casi 2,000 millas en vuelo con un artefacto tan
rudimentario?! ¿Cómo pudo remontar los más de 6,500 metros de altura la
cordillera de los Andes? ¿Cómo era posible que hubiera aterrizado en un parque
de Buenos Aires, Argentina a más de 3,000 kilómetros de su punto de partida?
Mientras la policía buscaba que esclarecer los hechos, los del personal
médico le anunciaban su diagnóstico: Contusiones diversas, rotura de fémur
derecho, y doble fractura de columna con afección a la médula, lo cual le
causaría una cuadriplejia irreversible.
Triangulando información entre la policía bonaerense, el consulado
peruano en Argentina, y los registros nacionales de identidad en Perú, llegaron
a la conclusión de que Javier Quintana no figuraba en ningún registro. se le
daba como inexistente.
Las autoridades confundidas y preocupadas por los aparentemente absurdos
testimonios, volvieron a interrogarlo y develaron por sus manifestaciones, que
Javier Quintana, despegó en Lima, Perú en marzo de 1663…Pero ¡¿Cómo era posible
que aterrizara en Buenos Aires, Argentina en febrero de 1996?!...Más de
trescientos años después de emprendido su vuelo.
Una enfermera del nosocomio, a quien se le encargó el traslado de Javier
Quintana hacia la finca de reposo, mientras lo transportaba en una silla de
ruedas, recibió una llamada telefónica de rutina, lo cual la distrajo unos
instantes. Cuando concluyó la llamada; la enfermera se dio con la sorpresa que
la silla de ruedas se había deslizado alejándose casi diez metros. Al alcanzar
al vehículo, más grande fue su sorpresa, pues Javier Quintana no estaba por
ningún lado.
¡¿Cómo pudo una persona cuadripléjica dejar la silla de ruedas y
abandonar las instalaciones del hospital…?!
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