(Derecho de autor, protegido)
En este asentamiento minero alejado de todo y ubicado entre la nada, la vida transcurría como siempre, de manera rutinaria. Mientras no hay mujeres, los contrastes son escasos. Era día sábado por la tarde, y todos esos hombres rudos hallábanse en la plazuela retozando bajo la fresca sombra de los árboles, algunos bebían licor y fumaban, mientras parloteaban y bromeaban. Era día de descanso, y al día siguiente vendrían las prostitutas a ofrecer sus caricias… Así transcurría la tarde en medio del ocio y la ansiedad por el desenfreno que acaecería al día siguiente.
El Sol empezaba a agonizar, cuando ella apareció completamente desnuda;
lo hizo caminando lentamente por el empinado camino empedrado por el cual se
desbarrancaba a los carromatos fúnebres conteniendo los cuerpos de quienes
fallecían en el asentamiento. Esa pendiente jamás antes la había recorrido un
ser vivo. Los muertos hacían ese tramo solos. Nadie con vida sabía a donde
llevaba y culminaba ese camino, pero ella vino de allí.
La misteriosa mujer era de una belleza física superlativa, y tenía
talento para mostrarse y llevar sobre sí esa tentación que la naturaleza le
había prodigado…Todos tuvieron lasciva curiosidad por la forastera, pero el
viejo Jonás, un poco brujo, un poco curandero, medio cuchicheando corrió la voz
-Esa mujer viene del más allá, y de seguro viene a llevarse a uno o más de
nosotros. No se le acerquen ni le miren a los ojos- Las palabras del viejo
Jonás produjeron una general psicosis colectiva. De pronto todos empezaron a
sentir escalofríos y la atmósfera se tornó agobiante y enrarecida. Sin mediar
palabra, todos fueron buscando que guarecerse en sus casuchas, cerraron sus
puertas, y se dedicaron a espiar desde sus ventanas.
Muy calma y con el porte de una Reina, la mujer desnuda dio un largo
paseo por la desierta plazuela, bamboleando sus encantos con descaro. Si por
casualidad su mirada se dirigía hacia alguna de las ventanas desde donde la
observaban, los fisgones se ocultaban rápidamente; cuando ella desviaba su
mirada hacia otra dirección, reanudaban su fisgar.
Su paseo por la plazuela realmente fue todo un espectáculo erótico.
Todos sin excepción hubieran estado dispuestos a entregar los tuétanos sólo por
tocar su piel; pero más pudo ese inexplicable temor que las palabras del viejo
Jonás habían anidado en sus mentes. Nadie deseaba arriesgarse a estar cerca de
ella, y menos, ponerse en la mira de sus ojos. En estas circunstancias, todos
prefirieron espiarla a hurtadillas.
Quizás por cansancio a raíz de su caminata, o quizás, intencionalmente,
por elevar el morbo de sus observadores, se sentó al pie de un árbol y empezó a
toquetearse acariciando su inquietante anatomía. Así cayó la noche, sumiendo la
plazuela en la penumbra. Todos, descorazonados por no poder ver más de la
fémina, uno a uno fueron yéndose a dormir, abandonando sus puestos de oteo…
Muy entrada la madrugada, el silencio reinante se quebró por lo que
parecía una áspera discusión en la casucha de Eliseo; a poco, el más joven de
todo el equipo de mineros. Cuando todos corrieron a sus ventanas para ver qué
sucedía, vieron la puerta de Eliseo abierta de par en par, la luz interior
encendida, y la silueta de la despampanante forastera encaminándose hacia la
pendiente empedrada por donde vino, hacia el camino por donde bajaban en su
último paseo los muertos.
Unos instantes de cautela, y cuando la mujer desapareció cuesta abajo,
todos a la carrera se apersonaron a la morada de Eliseo, encontrando a este
desnudo, con los ojos en blanco, sin iris y sin pupilas, echando espuma por la
boca y balbuceando. Todos le hacían preguntas, pero él ya no podía responder a
nada, poco a poco fue dejando de respirar hasta que exhaló su último aliento.
El viejo Jonás exclamó - ¡Les advertí que se alejaran de ella! Al parecer,
Eliseo no supo resistir la tentación… Esa bruja quizás vuelva por más de
nosotros…-
Entre alistar equipajes y preparar el carromato que llevaría a Eliseo en
su último viaje, El grupo de mineros fue sorprendido por el alba. Una vez listo
el vehículo fúnebre, colocaron el cadáver sobre la tarima rodante, la empujaron
sobre el camino empedrado, hasta que llegaron a la pendiente, una vez allí,
unas apresuradas palabras de despedida, un empujón, y el carromato rodó por la
pendiente, hasta sabe Dios donde.
Al medio día, cuando llegaron las prostitutas itinerantes, sólo hallaron
un caserío desierto.
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