viernes, 17 de enero de 2025

QUE LLOREN LAS PLAÑIDERAS





IIlustración y cuento de Oswaldo Mejía

(Derecho de autor, protegido)



El proteger, guiar, y hacer crecer su rebaño humano, era el mandato culminante para la santidad del patriarca. El norte que debía seguir, lo tenía grabado en su mente. Aun en aquellas veces en que, por evitar el excesivo calor de los días soleados del desierto, las caminatas debían hacerse en horas de la noche, él jamás perdía el rumbo. Su palabra era ley entre la multitud de Los Caminantes; nadie dudaba de su certeza y veracidad. Todos sabían que estaban siendo guiados hacia un lugar santo, aunque nadie tenía idea de donde estaba, ni que aspecto tendría ese paraje prometido. La convicción de la multitud, era la fe del patriarca. Él indicaba el camino a seguir, y además de proveerles de fe, les suministraba alimento, que muchas veces nadie sabía cómo ni de donde lo conseguía.

 Por las aldeas y caseríos por donde pasaba, el patriarca compartía su verbo lleno de predicas, promesas y esperanza. A quienes se unían a la caminata, los bautizaba con agua previamente bendecida con conjuros y oraciones, y la vertía sobre sus cabezas; por ello, cuando se referían a él, le llamaban El Bautista.

Quienes formaban parte de Los Caminantes, jamás miraban el camino hacia adelante; caminaban mirando el piso, en actitud de recogimiento espiritual. Literalmente iban tras las huellas del patriarca.

Una tarde, a la hora del ocaso, en el trayecto de una de esas caminatas, el Bautista tuvo un encuentro por demás extraño. Una mujer completamente desnuda se materializó frente a él. Ella tenía una mirada refulgente, y levitaba sentada en la posición del loto - ¿Ya no te acuerdas de mí, Bautista?

El patriarca dejó caer los hombros y bajó la mirada con dirección al piso, era evidente que pretendía evitar mirarla a los ojos -Déjame pasar, Salomé. Debo continuar mi camino conduciendo a mi rebaño hacia un lugar de esperanza…-

La mujer desarticuló su posición, y abrió sus piernas de par en par; de su entrepierna manaba un resplandor aún más intenso que el de sus ojos -¡¡Mírame Bautista!! Ahora preferirías olvidarme por completo ¿Verdad? - Un pronunciado temblor se apoderó de la humanidad del patriarca. Este, poco a poco fue levantando la mirada exponiendo sus retinas a la luminosidad que fluía de las entrañas de la mujer; Entonces, esta flotó hacia el Bautista, atrapándole el rostro entre sus muslos, así, como guiñapo, sin opción de defensa, lo mantuvo hasta el amanecer.

Antes de desaparecer, la mujer sentenció -Ahora tienes el mal del olvido. No me vas a recordar, pero también se borrarán todos los recuerdos de tu vida- El Bautista empezó dando unos pasos temblorosos y dubitativos. Sus ojos estaban en blanco; sus pupilas y los iris de sus ojos habían desaparecido…había olvidado la capacidad de mirar. Quiso decir algo, pero también estaba olvidando la aptitud de hablar. Dio unos cuantos pasos cansinos y comenzó a caminar en círculos, los Caminantes, ajenos a todo lo ocurrido, siempre con la mirada al piso, siguieron los pasos de su guía formando una gran espiral humana. Hasta que el patriarca cayó de rodillas; había olvidado el rumbo y el motivo de su caminar. Seguidamente fue olvidando la acción de respirar…hasta que se olvidó de vivir.

Los Caminantes fueron dispersándose cabizbajos, sin abandonar la misma actitud de recogimiento con que siempre siguieron al patriarca… pero ahora estaban huérfanos de guía.

La cabeza del Bautista habíase extraviado por aquella mujer.





















(Pieza única. Año 2009. Medidas: 80 X 60 cms. Precio 600 dólares americanos)



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