(Derecho de autor, protegido)
Jamás pertenecimos a
ningún lugar. Tampoco nos conocíamos unos a otros. Cada uno por cuenta propia
éramos viajeros del tiempo y el espacio, vagabundos del cosmos y sus eras;
hasta que, accidentalmente, debió abrirse alguna brecha entre los agujeros de
gusano que eran nuestras rutas, y uno a uno fuimos cayendo a este lugar donde
la vida no cesa de ser una precariedad. Hemos quedado atrapados en este trozo
de tierra con forma triangular, demarcada a los lados por ese par de brazos
bifurcados del gran río maloliente, y por el Oeste, delimitados por el
interminable y hostil mar. Rodeados de aguas infectadas por dos lados, y por el
otro, por persistentes oleajes anómalos, habría sido casi una locura pensar en
algún intento de migración… además no tenemos herramientas ni recursos. El mar
es amenazadoramente inaccesible y el río contaminado es una negación a la
presencia de peces u otra forma de vida comestible; si queremos beber para
rehidratarnos, debemos reciclar nuestros orines o extraer agua del río y hacerla
hervir para eliminar microbios y bacterias; el drama es que los leños que
usamos como combustible, cada vez son más escasos.
Nuestra alimentación
se reduce a cucarachas y otros insectos. Lo más apropiado para ingerir son los
frutos que nos proveen esos tres arboles de guayabas. En estas condiciones,
todo lo que consideramos apropiado para comer, debido a su escases, debemos consumirlo
de manera estrictamente racionada.
Llevamos es esta
pequeña isla once semanas. De los trece que llegamos a este lugar infernal,
seis ya han fallecido; unos por beber agua del río, sin el previo proceso de
esterilización y otros porque no pudieron soportar los estados de pánico y
ansiedad extrema que genera este demencial contexto. Los que aún sobrevivimos
somos hombres dotados de mucha experiencia y conocimiento debido a nuestro
bagaje como viajeros, mas, eso parece no ser suficiente en la situación en que
nos hallamos ahora.
En este momento nos es
imposible saber que tipos de vida hay río arriba, pero intuimos que deben haber
sociedades civilizadas; sólo ellas son capaces de generar tamaña contaminación
en las aguas del caudaloso río.
Al medio día de ayer,
divisamos un bulto que venía flotando por el río, cerca de las orillas.
Rápidamente nos apresuramos a rescatar el bulto, valiéndonos de ramas que
habíamos arrancado previamente de los guayabos. Cuando logramos nuestro
cometido, pudimos reconocer que se trataba de un cadáver con fisionomía similar
a nosotros. El cuerpo estaba desnudo, pero aún no estaba en estado de
descomposición. Casi todos fuimos de la idea de dejarlo que siga su curso hacia
el mar; pero el más viejo entre nosotros, y, por ende, investido con cierta
autoridad, dijo: -Nuestra misión en esta vida es ser vías de información.
Estamos llenos de información. Cada molécula nuestra está cargada con la
información de todo lo que hemos vivido. Los organismos que devoren o fagocites
nuestras células, adquirirán la información que ellas contienen. Entiendan
esto… Tenemos hambre, y también queremos saber lo que hay y ocurre río arriba.
Pues este cadáver nos puede servir de alimento, y el ingerirlo nos puede
suministrar la información que deseamos sobre lo que ocurre río arriba, de
donde seguramente él viene. Soy de la idea de que lo cocinemos y nos lo
comamos… ¿Están de acuerdo? –
Presumo que a todos
nos pareció una idea descabellada, pero finalmente todos asentimos, en
silencio, con un afirmativo movimiento de cabeza.
Apilamos hojas, ramas
y leños que arrancamos a los nobles guayabos, y con ellos hicimos una hoguera
sobre la que pusimos a asar el cadáver que rescatamos del río. Inicialmente
hubo que superar el recelo de devorar un cuerpo similar al nuestro. El canibalismo
es un tabú que golpea fuerte las mentes de las personas civilizadas, mas, el
hambre extrema suele conminar a realizar acciones extremas. Aquella cena
bizarra, finalmente fue opípara… y era tan
apremiante nuestra hambre, que la disfrutamos.
Al amanecer todo
parecía dar certeza a la teoría del viejo, sobre la transferencia de
información al ingerir los restos del cadáver que rescatamos del río, o quizás
fue sugestión colectiva; pero a la mañana todos coincidimos en comentar que
habíamos soñado o tenido visiones sobre unos gigantes sin ojos, que bajaron del
cielo sembrando terror y muerte entre unos poblados, cuyos miembros ni siquiera
tuvieron oportunidad de huir u oponer resistencia. Los varones fueron molidos a
golpes de mazo, mientras las mujeres eran violentadas sexualmente repetidas
veces…
Nos sentamos a la
sombra de los guayabos a dilucidar y analizar lo que vimos en sueños, cuando
nos percatamos de que por ambos brazos del río pasaban flotando en sus aguas
muchos más cadáveres como el que hallamos la tarde anterior.
La voz del viejo
volvió a resonar, como si anunciara una profecía: -Es casi seguro que este
lugar sea uno de los próximos objetivos de esas bestias que vienen del cielo.
Está claro que, si no tienen ojos, no ven. Su sensor tiene que ser el olfato;
Sospecho que se guían por el olor del pánico de sus víctimas. Apresurémonos en
tomar nuestras medidas de protección-
Al menos yo, estaba
embelesado con la capacidad de análisis y discernimiento del viejo. Me había
convencido de su sabiduría, y me sentía protegido por su conocimiento.
Todos empezaron a
opinar y dar ideas, pero sólo eran divagaciones, nada en concreto respecto a
viabilidad. Yo planteé que nos embadurnáramos por completo con el maloliente
limo del río y encima cubriéramos nuestros cuerpos adhiriéndoles tierra, como
si nos empanizáramos. Quizás así despistaríamos el olfato de los gigantes
ciegos. Al no haber ideas alternativas, todos aceptaron mi propuesta.
Así continuó el avance
del ocaso, hasta que cayó la noche con una quietud que acrecentaba más nuestra
ansiedad. De pronto, unos chispazos y destellos emergieron de entre las nubes,
y de ellas se descolgaron unas largas lianas, por las que fueron deslizándose a
la playa los temidos gigantes que vimos en nuestros sueños.
Rápidamente nos
untamos de cuerpo entero con el barro de las laderas del río, y corrimos hacia
los restos que quedaban de los guayabos: allí nos revolcamos para que se nos
pegoteara la mayor cantidad de polvo, arena y tierra, luego nos acurrucamos
unos con otros e intentamos mantenernos lo más quietos posible. Los gigantes sí
eran ciegos, y para nuestra ventura, sus narices no fueron capaces de
detectarnos bajo nuestra cubierta de lodo maloliente y tierra. Varios pasaron
cerca de nosotros, pero siguieron de largo…Nuestro ardid había funcionado. Así
como vinieron, así se fueron esas enormes criaturas.
Vuelta la calma, casi
sin separar nuestros cuerpos, empezamos a sacudirnos la especie de costras que
sobre nosotros formo el lodo ahora seco…
A mí me sonaron a
réquiem las últimas palabras del Viejo:
-La vida es un obsequio tan preciado, que vale la pena luchar y
esforzarse por retrasar su fin, aunque sólo sea por unos instantes… Igual
moriremos pronto, pero tenemos chance de esperar nuestra muerte con calma… sin
prisas. –
Todos nos acurrucamos
más estrecho, en silencio…
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