El bullicio era ensordecedor; todos se movían
de aquí para allá vociferando e intentando inútilmente hacer prevalecer su
verbo entre el generalizado griterío. El grupo de mujeres, todas desnudas, era
mercancía recién llegada desde los lugares de donde seguramente fueron
arrebatadas con suma violencia. Entre ellas, las había de diversas razas,
colores de piel y diferentes edades. Las que despertaban más interés eran las
mujeres jóvenes. Su juventud las hacia codiciadas como objetos de placer; las
más viejas se venderían como servidumbre. También las había niñas, y quien las
comprara podría despojarlas de su infantil inocencia a como se le viniera en
gana.
Todas las mujeres tenían atadas las manos y
correas en sus cuellos. De estos collarines todas terminaban anudadas a una
larga cuerda en común.
Definitivamente muy pocos de los presentes
tenían posibilidades adquisitivas como para llevarse a casa a alguna de las
presas, sin embargo, alardeaban y fanfarroneaban a gritos, aunque resultaba
imposible reconocer palabra alguna en medio del bullicio.
Repentinamente el griterío se apagó, y el
silencio se adueñó del lugar. La multitud abrió camino en actitud sumisa dando
paso a un anda cargada por ocho hombres de colosal corpulencia. En la cúspide
hallábase sentado un anciano de aspecto dominante y rostro endurecido no solo
por el paso del tiempo, sino también, por -sabe Dios- que vicisitudes extremas…
Al llegar frente al grupo de las mujeres en
venta, a unos pocos metros, el anda se detuvo, y con suma delicadeza, los colosales
portadores depositaron su carga al piso. Tras de ella, ahora podía verse a una
legión de intimidantes guerreros armados con lanzas y espadas.
La muchedumbre, antes bulliciosa, ahora
permanecía en silencio, atenta a cada movimiento, a cada ademán del anciano
recién llegado.
- ¡Pónganlas en fila! Ordenó el anciano.
Con energía, pero siempre en silencio, los que
debían ser los mercaderes, se apresuraron en jalonear y disponer a las mujeres
en una fila uniforme frente al sillón que ocupaba el anciano.
Con evidente morbosidad el anciano fue
analizando exhaustivamente a cada una. Por momentos detenía el paneo de su
mirada, y con un ademán de manos indicaba que hicieran girar y poner de
espaldas a algunas que parecían interesarle… Y así continuó…
De pronto el recorrido de su mirada se detuvo;
sus ojos se abrieron desmesuradamente. Su rostro, cuello y torso se
adelantaron. Una niña de cabellos dorados y piel azulina coparon por completo
su atención. Era notorio que la niña frente a sí lo había embelesado.
- ¿De quién es, y cuanto pide por ella?
Pregunto…
Abriéndose paso, un hombre se adelanto
haciendo venias de sumisión – Es mía, Señor… Y pido veinte monedas de oro por
ella. –
-Maldito carroñero. Pides una fortuna por algo
que sólo te costó arrebatarlo… Pero yo digo que lo vale.
Una a una fue arrojando las veinte monedas al
piso, mientras el mercader invadido de codicia se apresuraba en recogerlas.
-
¡Sacristán! - Grito el anciano…
Presuroso se hincó ante el anciano un lacayo,
el cual a simple vista podía distinguirse que no era un guerrero, era sólo un
sirviente.
-Lleva a la niña a la torre del minarete, y
enciérrate bajo llave con ella. Cuida que nadie la toque. Ya regresaré yo por
ella. Si alguien le llegara siquiera a rozar un cabello, tú me lo pagarás con
tu miserable vida.
Día a día Sacristán se limitaba a observarla y
proveerle de agua y pan a la angelical niña de cabellos amarillos y piel azul.
Así transcurrió el verano, dando paso a los días más frescos y helados...
-Tengo frío…- Exclamó la niña.
No habiendo en el recinto nada adecuado para
la situación, Sacristán optó por cubrir con la tibieza de su propia humanidad
el cuerpecillo de la niña. Esa cercanía propició que el lacayo empezara a
acariciarla con devoción. Primero sus dorados cabellos; luego su rostro…sus
hombros…sus pechos…
¿En qué momento Sacristán sucumbió a la
tentación de la carne? ¿Cuándo su cordura se hizo presa del pecado?
Al amanecer la niña despertó con frío.
Sacristán no estaba a su lado. Se irguió un poco buscando a su carcelero. Sacristán
yacía ahorcado colgando de la viga principal de la habitación.
La niña corrió hacia el cuerpo colgante con
intenciones de desprenderlo, mas ya todo era inútil. Arrodillada se abrazó a
las piernas del cadáver y lloró desconsolada. Besó sus helados pies desnudos,
extrajo las llaves de su cinto y abrió la puerta de la torre.
Afuera todo estaba cubierto por un manto de
nieve…No hubo testigos de cómo una dulce niña de cabellos dorados y desnuda
piel azulina se fue sollozando rumbo hacia el oeste.
Deleité el relato.
ResponderEliminarShalom desde Israel, amigazo
Un placer y un honor tu visita. Gracias hermano.
EliminarLa esclavitud interesante cuanto tiempo ha pasado y aún no hemos superado ese tema que por desgracia a ligado también a la lujuria de un mercado vigente t como es qué siempre caemos en la tentación gracias por rana revelador escrito amigo
ResponderEliminarGracias por ser y estar, hermano.
EliminarAsí es hermano, la esclavitud varia su forma y contexto, mas siempre se mantiene.
Eliminar¡Genial, como es costumbre, Oswaldo!
ResponderEliminarMuchas gracias. Me encantaría saber tu nombre. si pudieras ponerlo al inicio o al final de tu próximo comentario, sería genial.
EliminarImpresionante Oswaldo! Y tan triste, la temática con otras características sigue existiendo. Gracias por compartir tu arte!✨🖐️
ResponderEliminarMuchas gracias por visitar mis munditos amiga mía.
EliminarExcelente historia. Un cuadro bastante impactante de la libertad y de su costo.
ResponderEliminarUn placer tu visita.
Eliminar¡Wow! Una historia tan bien contada que estremece, sonora, visual, sensitiva, te atrapa de principio a fin, de las que te encogen el alma.
ResponderEliminarUn saludo, Oswaldo.
Gracias María Pilar, querida amiga.
EliminarMe gusta.
ResponderEliminarMuchas gracias.
EliminarUna niña, viviendo en cautiverio prolongado. Su fragil cuerpo fue tentación. Para el Sacristán que se ahorco. Cuanto costó la libertad de la niña y el sentido de culpa del Sacristán, luchaba con su pedofilia. Conmovedora ,historia .
ResponderEliminarGracias por venir, leer, y obsequiarme tu comentario.
EliminarSaludos cordiales querido poèta filósofo, compositor y artista plástico Oswaldo Mejía. Un abrazo a la distancia.
ResponderEliminarTe adoro amiga!!
EliminarLinda entrada
ResponderEliminarGRACIAS AMIGA MÍA.
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