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La cabaña se erguía solitaria y modesta a la
entrada del maizal, rodeada de árboles frutales, y destinada al cobijo de la
pareja de guardianes. Doña Flor y su esposo Don Pedro debían hacer un largo
viaje al pueblo a realizar unos trámites y comprar provisiones. Aunque muy
preocupados por los últimos extraños acontecimientos, debieron dejar a sus dos
pequeños hijos.
-Carlitos, cuida de tu hermanito, y por
ningún motivo, pase lo que pase, salgan en la noche.
Arturito, el más pequeño padecía una rara e
incurable enfermedad neurológica que paulatinamente había ido minando su
sistema nervioso acarreándole una atrofia muscular en los miembros, que le
impedía moverse con autonomía.
La noche cayó con su negrura propia de la
estación. Los tallos y hojas de maíz apenas si eran siluetas negras
bamboleándose movidas por el suave viento nocturno.
A oscuras, ambos hermanitos decidieron otear
por la ventana. Carlitos arrastró a su hermanito, y juntos estuvieron mirando
el exterior esperando que el tedio les arrullara y provocara sueño. Así pasaron
unas horas hasta que fueron asaltados por aquella visión que hacía varias
noches vieran en compañía de sus padres.
Como en las veces anteriores, esa luz azulina
se posó sobre el maizal. Igualmente, cuando el resplandor menguó, se hizo
visible la forma ovalada de aquella enorme cúpula metálica con numerosos
ventanales circulares emitiendo lucecitas verdosas desde su interior. La noche
parecía ser cómplice ideal para la portentosa aparición. Igualmente, desde la
parte inferior de aquella cúpula empezó a brotar una tenue neblina, pero esta
vez venía a la par con unos chasquidos.
¡Tshk! …¡Tshk! …¡Tshk! y unos rayos
chispeantes marcaban su trayectoria como latigazos en el aire. La neblina fue
extendiéndose y desbordando el maizal, acercándose cada vez más hacia la
cabaña. Los ¡Tshk! …¡Tshk! …¡Tshk! Se escuchaban cada vez más cercanos, al
igual que los pequeños chispazos.
Los niños atónitos observaban inquietos el
espectáculo. A diferencia de las veces anteriores, esta vez el fenómeno se
estaba acercando, y ya casi estaba en la reja que separaba el patio de la casa,
de la plantación de maíz.
Ambos hermanitos estaban aterrorizados, mas,
no querían o no podían dejar de mirar los extraños acontecimientos, casi ni
parpadeaban.
Esta vez ocurrió algo diferente: a cada
chispazo se materializaban unos seres grises, muy altos y espigados, con
rostros insectoides similares a las mantis…Parecía que buscaban algo. Así como
se materializaban, así también desaparecían, pero más chispazos volvían a
materializarlos cada vez más cerca de la cabaña. Cuando llegaron a la puerta,
Carlitos, en estado de pánico, corrió a ocultarse debajo de una tarima, dejando
a Arturito inmóvil ante la ventana. Los ¡Tshk! …¡Tshk! …¡Tshk! Resonaron dentro
de la cabaña y los chispazos materializaron a dos de los insectoides en el
interior de la habitación. Carlitos, con los ojos empapados en llanto se
enforzaba en no hacer el menor ruido posible, pero vio como los insectoides levantaron
a su hermanito y se lo llevaron, Arturito parecía haber quedado dormido en sus
brazos.
Gimoteando y moqueando, Carlitos salió de su
escondite con una mezcla de pánico y sentimiento de culpa por haber abandonado
a su hermanito menor.
Nuevamente los ¡Tshk! …¡Tshk! …¡Tshk! Y los
chispazos que volvieron a materializar a los insectoides. Esta vez vinieron por
él… Cuando lo levantaron en vilo quiso gritar, pero se dio cuenta que no podía
emitir sonido alguno. Más y más chispazos lo enceguecieron. Al recuperar la
visión se dio cuenta que estaba boca abajo en una camilla, y a su costado, en
otra camilla estaba también Arturito dormido boca abajo…Con esa visión perdió
el conocimiento.
Al cabo de unos días cuando volvieron Doña
Flor y Don Pedro hallaron a Carlitos y Arturito correteando y jugueteando por
el patio.
¿Qué había ocurrido?
- ¡Carlitos! ¡Arturito! ¿Qué pasó? – La pregunta aludía claramente a por qué Arturito estaba correteando
como un niño sano…
Los niños corrieron a abrazar a sus padres,
mas, no hubo respuestas. Ambos habían olvidado por completo lo ocurrido aquella
noche; adicionalmente también se les había borrado todo recuerdo sobre la
enfermedad que aquejaba a Arturito. Para ellos, siempre habían correteado y
jugado juntos.
Cuando su madre fue a bañarlos, descubrió que
ambos tenían dos pequeños piquetes en la zona lumbar de la columna.
Mientras mas tiempo paso leyendo sus relatos, mas me enganchan.
ResponderEliminarun saludo y siga asi.
Gracias hermano mío.
EliminarMuy interesante y sorprendente relato... Felicidades 👏👏👏
ResponderEliminarGracias por estar aquí.
EliminarFormidableeeee.
ResponderEliminarMuchas gracias!!!
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