Eran
muchos cuando se internaron en el desierto árido y hostil, empujados por la
promesa de su Dios, quien les había prometido premiarlos con unas tierras donde
manaba leche y miel todo el tiempo.
Llevaban
más de treinta años de caminata, y la fertilidad de sus mujeres había super
multiplicado el número de miembros de esta nación errante; ahora eran lo más
parecido a un enjambre de parias, mas, ello no era problema, su Dios los
protegía del sol inclemente con una nube que viajaba a la par sobre ellos. La
comida tampoco era problema, esta caía del cielo en forma se copos, y era rica
en nutrientes.
Una
noche acamparon cerca de las laderas de una montaña, y un grupo de trece
descontentos, ansiosos de comer carne, abandonaron el campamento y se
internaron en las grutas de la montaña con la finalidad de atrapar unos cuantos
murciélagos y devorarlos. Con el estiércol de los mismos murciélagos hicieron
brasas y sobre ellas los asaron. Luego del festín, se acurrucaron entre ellos y
se quedaron dormidos. Cuando despertaron a la mañana siguiente y salieron al
exterior de la gruta, grande fue su sorpresa, pues sus congéneres ya habían
partido prosiguiendo su caminata por el desierto, al amparo de su Dios.
Sin la
protección de su Dios, intentar alcanzar al grueso de la nación habría sido un
suicidio. Sin agua, sin alimento, sin la nube que les proveía de sombra, no
hubieran sobrevivido muchas horas, por lo que se resignaron a quedarse al cobijo
que les brindaba la gruta. Al fin y al cabo, allí tenían sombra, y podrían
alimentarse con los murciélagos, y las cucarachas y larvas que pululaban entre
el estiércol de los murciélagos. Para proveerse del líquido elemento,
reciclarían sus propios orines. Así aguardarían a que su Dios en algún momento
les echara de menos y volviera a rescatarlos.
En esa
tediosa espera transcurrieron miles de años. Habían caído en una paradoja de
tiempo exclusiva para ese lugar; no envejecían ni morían, como si su condena
fuera vivir en ese aburrimiento perpetuo.
Una
mañana fueron despertados por unos ruidos desconocidos; eran los motores de dos
camiones cargados de armatostes y mantos de colores chillones, y a la
vanguardia venía conduciendo un tipo rechoncho de cabellos y bigotes rojizos,
el cual bajó secundado por otros tres hombres y una mujer.
-Soy el
gran mago Merlino ¿Me pueden decir hacia donde está el pueblo más cercano? –
Preguntó a gritos, dirigiéndose a los trece, que creyendo serían enviados de su
Dios con la consigna de venir a rescatarlos, bajaron a la carrera desde la
gruta de su confinamiento.
El gran
Merlino les volvió a preguntar por la ruta hacia el pueblo más cercano, a lo
que casi al unisonó los trece respondieron -¡¡No sabemos nada del mundo!! –
Luego continuaron contándole la historia de cómo y porqué quedaron varados en
esa gruta.
El gran
Merlino se disculpó de no poder llevarlos, pues los camiones ya llevaban
sobrepeso, y tampoco había espacio, pero antes de partir les obsequió un reloj,
de unos treinta centímetros de diámetro que, según él, tenía el poder de
retrasar, detener, o adelantar el tiempo, y se fue en busca de algún poblado
propicio para mostrar su espectáculo.
Los
trece con el supuesto reloj mágico a cuestas volvieron descorazonados a la
gruta.
Abatidos
por la desazón de saber que su existencia continuaría en la gruta, los trece se
miraban entre ellos sin pronunciar palabra alguna. Ya estaba empezando a
oscurecer, y las colonias de murciélagos empezaban a moverse hacia el exterior
en bandadas, cuando uno de los trece que jugueteaba con el supuesto reloj
mágico, trabó las manecillas de este con sus dedos ¡Entonces ocurrió! ¡El
tiempo se detuvo en la zona! Las moscas y los murciélagos quedaron suspendidos en
el aire, igualmente las cucarachas y las larvas que pululaban entre el estiércol
se quedaron estáticas ¡El reloj mágico si funcionaba!
- ¡No
quites los dedos de esa cosa! - Gritaron los más acuciosos, los demás
observaban atónitos el fenómeno; cuando reaccionaron, empezaron a atrapar y
devorar vivos a los murciélagos, intercalando con la ingesta de cucarachas y
moscas que atrapaban en el aire directamente con la boca, como si se tratara de
un juego.
Una
vez, con los estómagos repletos, surgió la gran idea -Que no quite los dedos de
esa cosa, estamos casi a oscuras, sin el sol abrazador sobre nosotros, podemos
salir de aquí y buscar a nuestra nación que debe estar gozando de la leche y
miel que mana de la tierra que prometió nuestro Dios-
Todos
aceptaron la idea, tomaron unos cuantos murciélagos como provisiones, y
entusiasmados se pusieron en marcha. Por donde iban, la noche se tornaba una
constante.
“Pero
los imponderables también son una constante en la vida…”
Entre
la penumbra, el que iba con los dedos trabados entre las manecillas del reloj
mágico trastabilló, y al no poder equilibrarse por tener las manos ocupadas,
este se fue de bruces, y en su caída se precipitó sobre el reloj mágico
partiéndolo en pedazos, entonces bruscamente el sol abrasador reclamó su
posición desplazando a la noche.
Bajo el
sol ardiente, los trece empezaron a envejecer, y a cada instante se arrugaban
más y más, se estaban achicharrando, hasta que quedaron convertidos es resecas
figurillas de arcilla que luego se desmoronaron desintegrándose, luego vino un
viento del desierto y se llevó sus restos confundiéndolos con las arenas del
desierto…
¿Aún
estará su Dios aguardando por ellos? …O ya los habrá echado al olvido…
¿Alguien
sabe en qué lugar están esas tierras donde mana leche y miel todo el tiempo?
Caballero Oscuro me hiciste recordar al pueblo de Israel y su travesía hacia la tierra prometida y ese castigo por abandonar a su Dios es siempre el mismo quedar en el olvido gracias hermano me gustó mucho saludos
ResponderEliminarTienes razín hermano, la alusión a esoa pasajes bíblicos es directa.
EliminarSaludos cordiales amigo Oswaldo Mejía. Feliz inicio de semana.
ResponderEliminarGracias por venir querida amiga.
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