Caminaba
errabundo; viraba su ruta, daba giros, avanzaba y retrocedía su andar. Por
momentos, con su mano derecha hacía trazos circulares sobre su cabeza mientras
juntaba y separaba repetidamente las yemas de sus dedos índice y pulgar. Dentro
de su afiebrado cerebro, estos movimientos de su mano le permitían flotar entre
irrealidades que cada vez se le hacían más y más familiares.
Cuando
llegó el lustroso pez amarillo, rodando sobre las tres rueditas que sobresalían
de su abdomen, él no titubeó. Se encaramó sobre su lomo y lo montó cual si se
tratara de una cabalgadura.
Para
sorpresa suya, cuando el pez rodante se puso en movimiento, lo hizo rodando
hacia atrás. La reacción instintiva fue darse vuelta para poder ver el camino,
pero rápidamente el rodamiento cobró gran velocidad, por lo que no le quedó más
opción que desistir de la idea de voltearse, y centrarse en el esfuerzo de
sujetarse con firmeza al lomo del pez, para evitar caerse.
La
velocidad se hizo vertiginosa, por lo que él se vio obligado a apretar su pecho
contra el lomo del pez, asirse con todas sus fuerzas de las aletas laterales,
apretar los dientes y cerrar los ojos. Cual si se tratara de una regresión, por
su mente desfilaban imágenes de situaciones pertenecientes a su pasado cada vez
más y más remoto.
Cuando
se detuvo el veloz rodamiento; abrió los ojos, se irguió cautelosamente, y
entonces pudo enterarse que estaba en medio de la Nada. Solos, él y el pez
amarillo, apenas alumbrados por una débil y dramática luz cenital, nacida
también de la Nada.
De
pronto, los fogonazos lumínicos, y la voz de pregonera:
- Esta
vida es una prisión cruel y despiadada. Todos estamos aquí para sufrir y expiar
culpas propias y ajenas… De esta prisión llamada vida, nadie sale vivo ¡Pasen!
Por unas monedas pueden besar a la muerte, y abrir las puertas de esta jaula.
¿A
dónde ir? … La Nada lo era todo, salvo él, el pez amarillo, las luces, y la
silueta de aquella extraña figura que emitía repetidamente el macabro pregón.
Bajó
del lomo del pez amarillo; rebuscó entre sus bolsillos, y en cuanto tuvo las
monedas en su mano, caminó hacia la silueta que no cesaba de aspavientar y
vociferar ofreciendo lo suyo.
Cuando
estuvo cerca, vio que se trataba de una mujer de cabellos revueltos y ojos
completamente blancos, sin destino de mirada. Ella estiró su mano, y él
deposito en su palma las monedas.
- Desnúdate
y ocupa tu caja, que sólo faltabas tú para empezar el viaje.
Al
virar su mirada hacia donde señaló la mujer, se encontró con un ambiente
lúgubre y subterráneo, donde destacaban siete cajas rectangulares distribuidas
en círculo; seis de ellas estaban ocupadas en su interior, cada una, por un
individuo desnudo y sentado.
Él
destapó la única que quedaba libre, se introdujo en ella, y también adoptó la
posición de sentado. Tenía vergüenza; por ello esperó estar dentro para recién
despojarse de sus ropas, tal y como se lo ordenara la pregonera.
Como si
se tratara de una coreografía; cinco de los que estaban dentro de las cajas, se
recostaron dentro, y tras de sí sellaron las entradas con sus respectivas
tapas. Sólo permanecieron sentados y descubiertos, él y quien estaba a su
frente.
Empezó
a sonar una música suave, que poco a poco fue “in crescendo” en ritmo y también
en volumen de sonido.
Su
vista fue acostumbrándose a la penumbra del recinto, agudizándose, y
permitiéndole ver con más nitidez.
Quien
estaba frente a él, era una voluptuosa mujer, que arrodillada, se movía
frenéticamente al compás de la música. Él la observaba extasiado e inquieto. Su
libido estaba alterándose, perturbándolo sobremanera, mas, cuando quiso
moverse, se dio cuenta que era presa de una parálisis generalizada. Sólo podía
mover los ojos.
Desde
el interior de las cinco cajas selladas, llegaban a sus oídos, quejidos,
llantos, lamentos y sonidos de cuerpos retorciéndose. Él también empezó a
lagrimear, moquear y babear descontroladamente. Rápidamente toda esa mezcla de
fluidos fue empapando su pecho, abdomen y piernas, sin embargo, su extasiado
interés por continuar mirando a la mujer de en frente no mermaba; por el
contrario, al igual que su deseo sexual, se le hacia una urgencia.
Sin
dejar de menear provocativamente sus carnes, la mujer se puso de pie y vino
hacia él, se arrodilló y le lamió los ojos, sorbiendo y saboreando sus
lágrimas. Luego se deslizó al interior de la caja sentándose sobre él, y
uniéndose en una cópula lubricada adicionalmente por las lágrimas y babas que
de él fluían de manera incesante.
¿Cuánto tiempo duró todo ello? A él le supo a eternidad…
Ahora
se hallaba tumbado de espaldas al piso, rodeado de personas, algunas
acuclilladas y otras de pie. Antes de cerrar sus ojos logro escuchar a uno de
sus observadores, decir:
-Ya no
podemos hacer nada por él. Tiene el aspecto de quienes lo han vivido todo…
¿Pesadilla onírica o antesala de la muerte? Quizá las dos, pues ante alguien que ya lo ha vivido todo sólo queda desearle buen viaje, ahí donde vaya.
ResponderEliminarGracias hermano por tu visita y el obsequiarme tu comentario.
EliminarEs un relato muy inquietante, amigo y me da mucho que pensar, porque la abstracción nos lleva a algo muy real.
ResponderEliminarSaludos
Gracias por tu gentil visita hermano mío.
EliminarGenial!!! Realmente tanta reflexión verdad en la locura. Un fuerte abrazo querido amigo ilustre.
ResponderEliminarUn placer tu compañía amiga mía.
EliminarMe inquietó tu relato, no imagino una situación peor que estar en medio de la nada y ver nada, sentir nada, para mí es como el infierno mismo. El cielo y el infierno no son lugares, son estados mentales y mi cerebro si nada deber ser terrorífico.
ResponderEliminarImpresionante relato que puede generar el Mundo de los Sueños, donde increíblemente la lógica se distancia de la realidad y donde lo extraño juega un papel muy importante.!!!
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