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Una tarde primaveral tarde alguien grito señalando hacia lo alto de los cerros-¡Miren lo que se viene por la ladera!- Al mirar hacia
la falda de la montaña, vimos dos bultos de regular tamaño rodando hacia abajo,
dejando una estela de polvareda que iba marcando su recorrido. Conforme se iban
acercando, pudimos notar que eran dos cuerpos, entonces todos los presentes
corrimos a darles el alcance y averiguar de qué, o de quienes se trataba.
Cuando alcanzamos a llegar al lugar, encontramos a un par de jóvenes desnudos,
que a pesar de estar cubiertos de tierra y algo magullados, dejaban vislumbrar
que eran de una delicada y magna belleza. Otra particularidad física, era que
ambos mostraban, sobresaliendo de sus omóplatos, un par de alas desplumadas,
como del tamaño de las alas de un pavo o un ganso adulto. Estas extrañas
características levantaron tumulto entre el gentío, y rápidamente llegó a oídos
del Párroco la noticia sobre la aparición de los fenómenos en la comarca.
Diligente en
su curiosidad, el Párroco no tardó en hacerse presente al lugar de los hechos.
Llegó abriéndose paso entre la multitud de fisgones. Cuando estuvo frente a los
fenómenos, con voz autoritaria preguntó - ¿Quiénes son ustedes, y de dónde
vienen? - …Pero no hubo respuesta; sólo miradas atónitas de ambos jóvenes
-Díganme ¿Quiénes son, y de dónde vienen? – …Pero tampoco hubo respuesta. Ante
esta incómoda situación, el Párroco cogió a uno por la mandíbula y lo obligó a
abrir la boca; luego de analizar el interior de su boca, frunció el ceño, cogió
al otro joven y lo sometió al mismo examen -A estos les han cortado la
lengua. Tienen alas, pero dudo que sean ángeles…Quizás hasta sean obra de
Satanás- Dicho esto, el Párroco se dio media vuelta y dijo – …Deberían
deshacerse de ellos, no vaya a ser que traigan maldiciones a nuestro pueblo-
En ese
momento, al unísono, los dos jóvenes se abrazaron y empezaron a gorjear una
hermosa melodía. Aun cuando no podían emitir palabras, los trinos que producían
sus voces resultaban un verdadero recital de canto. Las excelsas tonadas que
brotaban de sus gargantas sumieron a la multitud en un trance sublime. De
pronto todo el pueblo adoraba a los dos jóvenes. El Párroco extasiado, detuvo su retirada,
volvió, tomo por el brazo a ambos fenómenos, y se los llevó a la casa
parroquial. Los hizo bañar y acicalar, les dio de comer, y luego sentado al
piano empezó a tocar, e invitó a los fenómenos a cantar. No hubo ensayo ni
previos, los jóvenes resultaron un verdadero prodigio musical.
El Párroco
no cabía en su pellejo de lo entusiasmado que estaba. En unos días debía
oficiar el matrimonio de la hija del Marqués del Olivar, y presentar en la boda
un marco musical con los jóvenes cantores, le significarían una jugosa ofrenda
económica de parte del Marqués.
Todo estaba
listo como se había previsto para la boda. La ceremonia se iniciaría con unos
cantos litúrgicos a cargo del par de bellos fenómenos, acompañados por las
notas del gran órgano de fuelle de la parroquia ¿Qué podía salir mal…?
Pero nunca
faltan los imponderables… Cuando sonaron los acordes de la introducción
musical, por alguna extraña razón, los fenómenos se rehusaron a ingresar al
templo de la iglesia, y cuando intentaron forzarlos a entrar, ambos jóvenes
reaccionaron con ataques de histeria y pánico. Tenían los ojos desorbitados y
convulsiones intermitentes. Finalmente, el Párroco, completamente decepcionado
y contrariado por la inevitable perdida de la jugosa ofrenda económica de parte
del Marqués, echó a empellones a los jóvenes cantores hasta los límites de la
casa parroquial.
La gente que
asistía a la ceremonia, alertada por el bullicio y barullo abandonaron el
templo para intentar chismorrear en primera fila, lo ocurrido con los jóvenes
fenómenos. Ante esta deserción masiva, el Párroco dio media vuelta e instando a
su paso, a que los fieles regresaran al recinto sagrado, retornó al pulpito a
terminar de oficiar la boda menos concurrida de toda la historia de la comarca.
La
feligresía, casi en su totalidad, fue acompañando a los bellos fenómenos hasta
que estos llegaron a la ladera de la montaña. Algunos con nostalgia, otros con
extrañeza y curiosidad, pero todos se quedaron allí, con las miradas atentas a
la ascensión de los jóvenes.
Cuando
llegaron a la cima, continuaron ascendiendo hacia la zona del gran risco. Una
vez allí, se tomaron de las manos, y ante la mirada del gentío se lanzaron al
vacío. Era probable que creyeran que podrían volar, pues se lanzaron agitando
desesperadamente sus alitas desplumadas. Una roca saliente su primer obstáculo,
y luego otra y otra, en una caída indudablemente fatal. A muchos en la comarca
le brotaron más de dos lagrimas por la muerte de los bellos fenómenos.
El Párroco, aun rumiando su ira por el fracaso de su parafernalia para la boda de la hija del Marques, se expresó sobre estos hechos finales -Si no pudieron volar es porque no eran Ángeles. Ya se murieron… asunto arreglado…-
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