(Derechos de autor, protegidos)
Estaba
muy entrada la madrugada cuando Robert, ebrio, salió del bar guitarra en mano.
Malhumorado, maldiciendo y blasfemando, entre groserías e incoherencias iba
vomitando su ira. El público trasnochador del bar había tachado con menosprecio
y pifias su música…Su show había resultado un rotundo fracaso. Y es que, a
pesar de su afán por ser guitarrista, Robert era muy torpe al ejecutarla.
Afuera
la noche se mostraba fría y solitaria. Robert caminaba por el asfalto de la
carretera dando tumbos y zigzagueando. Allí, a esas horas, aparentemente ya no
había mas que una que otra alimaña como testigo. Las blasfemias de Robert eran
por momentos alaridos, como si invocara alguna fuerza extraña que mitigara su
dolorosa frustración. Sus gritos copaban el lugar, que a cada paso iba
tornándose más desolado, alcanzando ribetes de extrema lobreguez.
Ya
estaba a pocos metros de la encrucijada de las carreteras de Clarksdale, cuando
en pleno cruce, Robert divisó una ostentosa silueta de siniestro tocado. La
respiración de la tétrica aparición era como un bufido grave, y al abrir lo que
serían sus ojos, estos tenían un fuerte resplandor rojizo como si fueran
brasas.
Robert
se detuvo, y su borrachera fue reemplazada por el pánico, atónito empezó a
retroceder, hubiera deseado huir a toda carrera, pero algo le llamaba a no
quitar la mirada del sombrío personaje. En su lento retroceder, Robert
trastabillo y cayó de espaldas. En su caída golpeó fuertemente la guitarra
contra el asfalto, destrozándola.
Entonces
el espeluznante personaje se puso de pie, y con paso cansino se fue acercando.
Robert, tendido en el piso, y recostado en sus codos, pudo ver que este era de
una enorme estatura. Estaba completamente desnudo, y su piel era reseca y
cuarteada; sus brazos y enormes manazas rematadas en largas garras le llegaban
hasta la mitad de las pantorrillas. Tenía una larguísima cabellera, y la cabeza
rematada en cuernos enroscados, sus piernas eran como las de un macho cabrío.
Robert, lleno de pavor, retrocedió un poco apoyándose en sus codos. El
siniestro se agachó, cogió los restos de la guitara y empezó a acariciarla; en
cada caricia la guitarra fue restaurándose hasta quedar intacta y reluciente,
luego se posó en “cuatro patas” sobre la humanidad de Robert, le lamió los
labios volcándole su saliva pestilente en la boca, seguidamente le lamió las
manos, cogió la guitarra y la puso entre las manos de Robert recientemente baboseadas.
Con voz
gutural pronunció: -Esta guitarra ahora contiene tu alma, ahora ambas me
pertenecen, y volveré por lo que es mío- Se irguió e igualmente se fue alejando
con el mismo paso cansino.
A las
dos horas, para asombro de los parroquianos, Robert retornó al bar, sobrio;
subió al escenario, cantó, tocó la armónica, pero muy por encima de todo,
inexplicablemente dio un recital de guitarra como lo daría un verdadero genio.
El
particular estilo de Robert Johnson al ejecutar la guitarra, aún es perceptible
en la gran cantidad de músicos de Rock & Blues que él influenció, entre
ellos The Beatles, The Rolling Stones, y muchas otras celebridades.
Muy interesante, seguiré de cerca el blog para nuevas publicaciones.
ResponderEliminarun gran saludo desde ANTIGUEDADES DEL MUNDO.
Gracias por llegar hasta aquí hermano.
EliminarToda una leyenda urbana, treticamente tocada.
ResponderEliminarGracias por estar aquí.
EliminarSolicito autorización para narrado en u programa de radio
ResponderEliminarPermiso concedido si citar al autor y la procedencia. Gracias por tu iinterés. Un abrazo.
EliminarNo había leído en un largo tiempo Esta buena la escritura entretenida buenas tardes
ResponderEliminarGracias por la cordial visita.
Eliminar