Desde niño yo los escuchaba, era como si
martillaran el subsuelo con algunas máquinas que provocaban seguidillas de
leves movimientos telúricos, pero, cuando intentaba advertírselo a mis
allegados, quizás por el bullicio cotidiano, ellos decían no escuchar ni
percibir los tenues retumbos.
Una noche llegaron de manera subrepticia dos
de los venidos del cielo. Los reconocimos por el fulgor azulado de su mirada.
Nos fueron despertando a cuantos más podían; nos dijeron que debíamos salir
inmediatamente del lugar, pues allí ocurrirían hechos catastróficos; nos
indicaron llevar agua y algunos alimentos, y entre la oscuridad nos fueron
guiando hacia los riscos al pie de las montañas. Éramos casi un centenar de
individuos, y a todos nos fueron disponiendo en una enorme caverna de pequeña
entrada. Sus recomendaciones finales fueron que no nos acercásemos a la entrada
y menos que mirásemos lo que ocurriría en el pueblo con los miles de personas
que allí quedaron…y se fueron.
Desobedientes nosotros, fuimos asomándonos
tentados por la curiosidad, hacia la pequeña entrada. Todos nos agolpamos
queriendo ser testigos de lo que sucedería.
Un fino zumbido copó el silencio nocturno;
entonces vimos enormes rocas flotantes viniendo desde las canteras del sur para
luego irse depositando y apilándose alrededor del pueblo, construyendo así una
gran e infranqueable muralla. Todo en cuestión de minutos.
Muchos de los que estábamos en la entrada,
temerosos, pero llenos de inusitada osadía fuimos bajando para tener mejor
vista de los hechos. Nos manteníamos ocultos, pero estábamos yendo en contra de
lo que nos indicaron los venidos del cielo.
Intempestivamente y de manera simultánea,
dentro de la zona amurallada se abrieron boquetes en el suelo en diferentes
lugares, dejando expeler del subsuelo luces amarillentas que alertaron a la
gente del pueblo alarmándola. Un griterío general hizo presa de la noche. Todos
corrían de un lado para otro. Muchos invadidos por el pánico intentaban
inútilmente escalar la reciente muralla. Entonces por los forados luminosos
empezaron a emerger del subsuelo, un ejército de seres grises con ojos se
insecto, que fueron ocupando sitios estratégicos, y luego fueron sacando a
todas las personas de sus casas y escondrijos para irlos arreando hacia la gran
plaza donde los ordenaron en largas filas. Los seres grises estaban armados,
pero por alguna razón evitaban efectuar disparo alguno.
Nosotros, llenos de asombro, seguíamos
atentamente los acontecimientos desde nuestros escondites. Yo no me alejé mucho
de la entrada de la caverna, pero me aseguré de ocupar un lugar propicio para
no perder de vista ningún detalle.
Abajo la tropa de seres grises iba disponiendo
filas de personas frente a frente con filas de ellos y los replicaban, por
alguna razón les estaban copiando sus rasgos físicos. Los seres grises ahora
tenían aspecto humano. Cuando culminaron el proceso de replicación, los seres
grises replicados en humanos se retiraron por los forados por donde llegaron a
la superficie.
Seguidamente, algunos de los humanos que
estaban en filas empezaron a caminar en círculo, y así, uno tras otro, con la
cabeza gacha fueron uniéndose a la extraña caminata, parecía que les habían
arrebatado la voluntad. En instantes, todos formaban parte de una espiral en
movimiento. Los que tropezaban eran pisoteados por los que venían atrás. En
unas horas no había un humano en pie. Los sobrevivientes, a gatas, o
arrastrándose continuaban el recorrido circular.
De pronto el cielo se llenó de objetos
voladores, luces y fogonazos. Yo corrí hacia nuestra caverna refugio, y detrás
de mi también el resto hizo lo mismo. No teníamos idea lo que ocurría o iba a
ocurrir, pero sentimos temor. Algo nos decía que no debimos desobedecer a los
venidos del cielo…
Fue entonces cuando ocurrió el gran estallido.
El piso se estremeció sacudiéndonos y haciéndonos perder el equilibrio. Al
mismo tiempo ingresó por la entrada una polvareda caliente, y un olor acre
penetró nuestras bocas y narices. Un fuerte resplandor encegueció nuestras
miradas.
Cuando recuperé la visión, pude ver gente
calcinada en la entrada, otros habían quedado ciegos, con graves quemaduras en
todo el cuerpo, y clamaban por ayuda. Sólo los pocos que conseguimos llegar al
fondo de la caverna estábamos en condiciones de salir al exterior, y lo hicimos.
Afuera, donde antes estuvo nuestro pueblo, y
la muralla que construyeron los seres grises, sólo había un enorme cráter.
Aún desconcertados por lo acontecido, los
pocos que podíamos valernos por nosotros mismos, iniciamos el descenso desde la
caverna, pero no pudimos llegar al llano; abajo había quedado una intensa
energía que casi parecía palpable, y nos rechazó provocando convulsiones a los
que se acercaron a su radiación, por ello tuvimos que bordear el cráter desde
las montañas…
Y nos fuimos con nuestra historia a otra
parte…
Una lectura que te atrapa. Me ha llevado a "La guerra de los mundos" de H. G. Wells. También allí un personaje sin nombre busca la seguridad en medio de la implacable destrucción causada por los marcianos que han llegado al planeta Tierra.
ResponderEliminarUn saludo, Oswaldo.
Gracias querida María Pilar. Muy gentil por aacompañarnos. Saludos.
EliminarSaludos Oswaldo. No he podido parar de leer hasta el final. Las ilustraciones sensacionales, como siempre. Abrazo
ResponderEliminarAmaía Larrea, querida amiga. Gracias por acompañarme.
EliminarMenuda historia, Oswaldo. Tus ficciones tienen un enorme poder de sugestión.
ResponderEliminarSaludos
Gracias por obsequiarme tu tiempo de lectura hermano mío.
EliminarRealmente debes llevar estos cuentos a la pantalla grande, que tal dominio para llegar al punto de no caer en un cuento aburrido, pude imaginarme y entrar a ese mundo tan siniestro. Tal vez realmente nos observan!!! Por enésima vez erés Genial!!
ResponderEliminarEs muy alentador tu comentario amiga mía. Gracias por estar.
Eliminar💯
ResponderEliminar👍👍
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